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sábado, 11 de abril de 2020

La ortodoncia del demonio (entrada personal)


El 7 de febrero de 2015, va para algo más de 5 años, inicié este blog con intención de contar algunas de las historias curiosas, a veces divertidas y otras no tanto, que ocurren en mi trabajo. También expresaba mi deseo de contar alguna cosa personal como podía ser la evolución de mis dientes, que iniciaban su forzada migración mediante una ortodoncia a la par que comenzaban las aventuras laborales en el blog.

De mi trabajo he contado historias antiguas y alguna reciente pero últimamente escasean las intervenciones interesantes. O mejor dicho: haberlas, haylas, como las meigas, pero no dan juego suficiente para contarlas. Esa escasez de intervenciones, unida a mis nuevas aficiones sonoras (de las que posiblemente os hablaré en algún momento) que me ocupan mucho tiempo, hace que tenga el blog un poco abandonado.



Pero regresemos a mis dientes, que son el motivo de esta entrada. La comentada ortodoncia se alargó en el tiempo bastante más de lo deseado. Hasta el punto de quitarme las ganas de escribir sobre ello. Pero ha llegado el SARS-CoV-2, más conocido como COVID-19 (a los más viejos nos recuerda el nombre a la mascota de los Juegos Olímpicos del ‘92) que nos ha traído un tiempo de confinamiento, tiempo de aburrimiento, que hay que aprovechar de alguna manera. Algunos ordenan trasteros, limpian cocinas, descubren cosas olvidadas en los armarios, encuentran objetos perdidos en tiempos y lugares remotos de sus casas... y yo escribo después de mucho tiempo.

La estética de mis dientes nunca me había importado. Los he visto peores. Pero con la edad se empezaron a mover y a causar algún problema que había que corregir antes de que la cosa fuera a mayores. Elegí un tipo de ortodoncia relativamente nuevo hace 5 años, que es el de usar fundas plásticas en vez de alambres pegados a los dientes. Obviaré la marca comercial por no hacer propaganda (buena o mala, queda al criterio de los lectores) y porque supongo que actualmente hay más marcas que tendrán las mismas virtudes y defectos.

Por si alguno no conoce el sistema, diré que consiste en fundas de plástico que se colocan en los dientes y que van forzando el desplazamiento predeterminado de las piezas. Cada 7-15 días se cambian y los dientes se van recolocando. O no, que esta es la cuestión más importante.

Estado inicial de mi piñonera

Primeras fundas a encajar

El primer sufrimiento vino a la hora de hacer los moldes. La boca abierta como la puerta grande de una plaza de toros y los dientes metidos en recipientes llenos de silicona o algo parecido. Y como tengo el reflejo del vómito muy sensible empezaron las arcadas, tan fuertes que pensé que me volvía del revés como un guante en un espectáculo pocas veces visto según me confesó una de las chicas de la clínica. La experiencia no puedo calificarla precisamente como agradable. Los moldes supuestamente iban a los EEUU y en un par de semanas estaban las fundas preparadas. 30 fundas que me iban a dar para unos 15 meses. Genial.

Primer molde

15 meses en los que se acabó tomar pinchos o comer entre horas porque para comer cualquier cosa hay que lavarse las manos, quitar las fundas, lavarlas y guardarlas en su caja (no te la olvides en casa), comer, lavarse los dientes (no te olvides el cepillo en casa) y ponérselas otra vez. Durante el primer mes sin picoteo perdí 2 kilos. Más que ortodoncia parecía un sistema de adelgazamiento. Primer peaje.

No me he sacado la cara en la foto porque estaba sin afeitar

Empecé bien. No eran incómodas ni dolían. Solo apretaban como un calzoncillo 3 tallas menor, con todo lo que ello implica. Dos o tres días de tensión y luego, con los dientes colocados en su nuevo lugar, todo perfecto mientras se asentaban durante 7-10 días. Y vuelta a empezar con otra funda. Hasta la trece. Todavía me acuerdo de ella, de la madre que la parió, y de las lágrimas de dolor al quitármelas mientras pensaba que los dientes se me quedaban dentro de la funda. El resto de fundas tuvo sus altibajos pero no me provocaron tanto sufrimiento.

La primera tanda de fundas iba funcionando hasta que uno de los dientes dijo que no se movía. Que su sitio era su sitio y que ahí estaba bien. Y eso obligó a replantearse el programa, que implicaba tomar nuevos moldes, volverme otra vez del revés en otro gran espectáculo para la plantilla de la clínica, y mandarlos al fabricante tras la nueva programación. Esta vez no tardaron dos semanas en venir, sino dos meses. Otras 15 fundas. El tiempo se iba alargando, pero ya me dijo el dentista que esto no son matemáticas, sino medicina, que por lo visto se parece más a la física porque el tiempo calculado es relativo y se alarga.

No iba mal la cosa pero la mordida no acababa de encajar, lo que implicaba un nuevo replanteo del programa. Y a sufrir otra vez. Moldes, arcadas, espectáculo, y a esperar. Esta vez no recuerdo el tiempo que tardaron en llegar. Y, sorpresa, vinieron con gomas para enganchar de una mandíbula a otra haciendo un poco más engorroso el uso del sistema. Para el picoteo, a toda la parafernalia ya comentada, había que añadir el quitar y poner gomas (no te olvides un par de repuestos en casa por si se rompen, o se caen al suelo en el proceso).



 Y ya parecía que todo iba bien, pero el dentista se empeñó en hacer un trabajo fino y que mis dientes quedaran lo más perfectos posible con otra tanda de fundas de “refinamiento”, aunque yo creo que lo suyo era simple sadismo porque eso implicó ofrecer un nuevo espectáculo a las chicas de la clínica, que ya se rifaban a quien le tocaba hacerme los moldes. Esta vez tardaron casi 4 meses en llegar por un cúmulo de circunstancias que es mejor no desvelar y que supusieron que el dentista se llevara una educada pero descomunal bronca por mi parte. Y como compensación (o como castigo, nunca lo sabré) al acabar esta tanda y cuando yo pensaba que había acabado, me pidió una quinta tanda de fundas (moldes, arcadas, espectáculo…) para dejar los dientes lo mejor que la naturaleza me iba a permitir, que todo tiene sus límites.

Y se acabó. 4 años de proceso, 96 juegos de fundas usadas. No son los dientes de una modelo pero por lo menos han quedado ordenados para que sea fácil sustituirlos si en el futuro se produce una ausencia, que era el objetivo.

96 juegos de fundas.

Última y primera funda. Véase la diferencia de colocación de los dientes.

Última y primera funda vistas desde arriba.
Además de colocar los dientes se modifica la estructura ósea

Durante el proceso me fui haciendo fotos al final de cada funda para ir viendo la evolución y lo dejé cuando empecé con los refinamientos porque ya no se apreciaban excesivas diferencias. Hice fotos con la boca abierta, con los dientes cerrados y desde la vertical para ver cómo se ha modificado el arco dental. Todas esas fotos se las he dado a mi hijo que me las ha juntado en un pequeño vídeo donde se puede ver la evolución de 4 años en 6 segundos. El material que le he proporcionado no es bueno (con fotos que no coinciden en encuadre o en ángulo y con un cambio de móvil en medio del proceso que mejora la calidad de las últimas fotos) así que ha hecho lo que ha podido. Ahí os los dejo.








Antes                                       Después

Antes                                       Después



martes, 24 de septiembre de 2019

ARREPENTIDOS LOS QUIERE DIOS


Las situaciones ilógicas, absurdas o surrealistas son abundantes en nuestro trabajo y estamos tan acostumbrados que generalmente nos pasan desapercibidas y ni siquiera las comentamos entre nosotros. Hasta que llega una como la que os cuento hoy, que se comenta y causa sorpresa incluso entre los más antiguos de la plantilla.

Tan absurda que decidí hacer un pequeño informe esa misma tarde pensando que el protagonista iba a presentar una queja o iba a ir a la prensa o algo así. Y aquí os dejo el informe (casi) literal para que juzguéis vosotros mismos:


El día de la fecha, mientras se realiza patrullaje a pie, se observa que por el carril de bicicletas de la C/ de la XXXXX circula un ciclista haciendo uso del teléfono móvil, por lo que se le da el alto y se le formula la correspondiente denuncia (boletín 125517). El ciclista manifiesta su voluntad de firmar el boletín de denuncia siempre que en el apartado de Alegaciones se indique que “escuchaba un mensaje de voz” y se hace de este modo, firmando a continuación.





Seguidamente, el ciclista manifiesta que se dirige a la Plaza Mayor (zona peatonal) y pregunta que si va a ser denunciado por circular en la bicicleta y se le indica que existe un carril bici en el Paseo XXXXX junto al muro del río por el que puede circular sin problemas. El ciclista manifiesta que ya sabe que existe el carril pero que después va a la Plaza Mayor y quiere saber si va a ser denunciado, y se le responde que en caso de ser visto circulando por la Plaza procedería la denuncia.

El ciclista manifiesta su voluntad de circular por la Plaza Mayor y pide ser denunciado por ello, y se le responde que no se puede formular una denuncia sin observar la infracción. En ese momento el ciclista comienza a circular en círculos alrededor de los agentes saliéndose del carril bici y pregunta que si se le va a denunciar por esa infracción, ya que está circulando por la acera.

Al ver que la situación comienza a carecer de sentido lógico se le invita a continuar su camino pero el ciclista persiste en su actitud preguntando que si no se le va a denunciar, por lo que el Oficial XXXX le pregunta que si realmente quiere que le denuncie y el ciclista responde que sí.


Se formula la correspondiente denuncia por “circular por la acera existiendo un carril para bicicletas” (boletín 125518) y se añade en observaciones que “Se le denuncia a petición suya” y seguidamente se le ofrece el boletín para su firma, lo que hace de inmediato. 

Cuando se le entrega la copia del boletín, y tras leer el apartado de observaciones, exige que sea borrado el texto y niega haber pedido que se le denuncie. Se le recuerda que él mismo había solicitado ser denunciado y que ha podido leer el boletín antes de firmarlo, por lo que ya queda cumplimentado y no se van a realizar alteraciones.

Para finalizar con una situación tan absurda, se le ordena bajar de la bicicleta y continuar a pie si va a seguir por el Puente de XXXX, pero opta por montar en la bicicleta y continuar por el carril bici. Posteriormente se da la vuelta, baja de la bicicleta y continúa a pie por el puente hasta llegar al carril bici del Paseo XXXX.



EPÍLOGO

Como me gusta contarlo todo, os diré que el informe corrió como la pólvora entre los compañeros, que no daban crédito a la situación. Uno de ellos me animó a incluirlo en el blog e incluso me dio el título, que iba a ser “PEDID Y SE OS DARÁ”.

Pero Siberia, a pesar de su extensión, está poco poblada y el protagonista de la historia resultó ser buen amigo de un compañero. El día siguiente al de la denuncia, el compañero me dijo que su amigo estaba hundido y arrepentido por su comportamiento y que quería hablar con nosotros, no para evitar las denuncias sino para disculparse y pedir nuestro perdón. Y como lo cortés no quita lo valiente, accedí a hablar con él.

Resultó ser un tipo normal, respetuoso habitualmente con las normas (como casi todos) y que debido al estrés de su trabajo y al susto-disgusto de la primera denuncia se le cruzaron los cables y entró en cortocircuito. Me contó que dos minutos después, en su trabajo, se le saltaban las lágrimas al darse cuenta de la tontería que había hecho, que su mujer le había echado una bronca (no quiero ni imaginármela) y que sentía mucho el espectáculo que había dado. Acostumbrado a tratar con gente de todo pelaje, y con el conocimiento práctico de la psicología humana que da la calle, vi que sus palabras eran sinceras, pero lo único que podía hacer era lo que hice: aceptar sus disculpas y dejar que fuera en paz.



Y ya que él tuvo su penitencia, y el título original también tenía su matiz religioso, me vi obligado a cambiar el título por el actual para mantener el sentido.


viernes, 30 de noviembre de 2018

Las flores del recuerdo


No todas nuestras aventuras son divertidas. Todo lo contrario. La mayoría de nuestras intervenciones, si no son rutinarias, suelen ser tristes o desagradables por las circunstancias que se dan o las consecuencias para los implicados. Por suerte, nuestra mente tiene un sistema de protección por el que olvidamos con más facilidad los momentos malos y recordamos los buenos para no caer en una depresión permanente. Aún así, en ocasiones hay elementos que impiden el olvido de esos momentos tristes y duros. A veces muy duros. Elementos como las flores que alguien, supongo que la madre, renueva desde hace años en el lugar en el que un chico de 16 años tuvo un accidente con su moto y se dejó la vida. Toda la vida.


Las flores del recuerdo.

Cuando llegamos al accidente el chico ya estaba muerto. No hace falta ser médico para darse cuenta de eso. A veces las técnicas de resucitación logran su objetivo y por eso se llaman así, porque antes la víctima estaba muerta.

Venía con un grupo de amigos, todos en sus ciclomotores, desde un pueblo cercano. Al llegar a un cruce se le atravesó un coche e impactó de lleno a máxima velocidad contra el lateral del turismo. Encontramos el casco lejos del cuerpo y abrochado. Suponemos que lo traía sobre la cabeza, a modo de gorro, para que le diera el aire y refrescarse porque hacía mucho calor. Pero, de haberlo llevado bien puesto, tampoco le habría salvado la vida porque las lesiones internas eran fatales, como imaginamos en aquel momento y nos confirmaron después.

El aviso nos pilló muy cerca y varias patrullas llegamos enseguida. Cuando llegamos, dos personas ya estaban haciendo maniobras de resucitación al chico y nos dijeron que eran médicos. Iban a trabajar en su coche, habían sido testigos directos del accidente y no dudaron ni un momento en hacer su trabajo. Llevaban equipos básicos de urgencias (cánula de Guedel, AMBU y otros instrumentos) y se pusieron a intentar el milagro de reanimarlo porque sabían que el chico estaba muerto.



Organizamos la regulación del tráfico para que ellos pudieran trabajar lo mejor posible y procuramos tapar la escena a los cotillas que frenan el coche para ver en directo un poco del espectáculo morboso, que siempre es mejor verlo en directo que ver uno de esos programas de miserias en la tele. Tengo que reconocer que nuestra parte del trabajo fue impecable, pero eso no salva vidas.

La ambulancia llegó rápido. El equipo sanitario está acostumbrado a actuar en estas situaciones y todos los miembros del equipo sabían su papel. Las órdenes del médico de la ambulancia pidiendo medicación, monitores, apertura de vías y otras cosas de su oficio eran constantes. La calzada se convirtió en una UVI improvisada. Los médicos que habían atendido al chico hasta ese momento se pusieron a disposición del médico de urgencias y entre los tres decidieron dejarse la piel en el intento de recuperarlo. El muchacho era demasiado joven para morir allí.

Los amigos estaban muy asustados y uno de ellos llamó al hermano del chico. El hermano llamó a la madre y al padre y los amigos nos dijeron que ambos venían de camino al lugar del accidente. Eso, que no tiene que pasar nunca, podía ser un problema.

La madre llegó muy pronto, cuando los sanitarios llevaban unos 15 minutos trabajando. Vio a su hijo y supo que estaba muerto. Quiso echarse encima de los médicos para abrazar a su hijo y me tocó emplearme a fondo para retirarla y sujetarla y convencerla de que lo mejor que podía hacer era dejar trabajar a los médicos sin interferir.

“Mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo…”


Los médicos siguieron a lo suyo, con más órdenes, más medicación, más esfuerzo. Unos compañeros tapaban la escena con sábanas o sujetaban goteros, otros seguían desviando el tráfico y otros traían agua de una fuente cercana para todos los que estábamos allí. Hacía calor, mucho calor. Media hora de masaje cardíaco y no había respuesta.


La madre seguía con su letanía y por lo menos ya no intentaba echarse encima de los médicos. Sabía que su hijo estaba muerto y los médicos eran su única esperanza; lo único que le quedaba.

“Mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo…”

45 minutos. Habían superado con creces el tiempo que establece el protocolo de reanimación. No había respuesta. Ninguna. No había nada más que hacer.

En un curso sobre atención a las víctimas, un psicólogo nos explicó que las malas noticias hay que darlas cara a cara y de modo muy directo. Decía que es la mejor forma de que la familia asuma los hechos y comience con buen pie su duelo. El médico de la ambulancia debió de hacer ese mismo curso, porque se levantó, se nos acercó y se dirigió a la madre con solo 4 palabras que, por lo lentas y claras, me parecieron 4 disparos a quemarropa: “Su hijo ha fallecido”. No le hacían falta más y no le sobraba ninguna. Ya lo había hecho más veces.

La madre entró de inmediato en la fase de negación: “Pero si está ahí. Haga algo. No está muerto. Mírelo: está ahí”. El médico le repitió con calma: “Su hijo ha fallecido. Hemos hecho todo lo que hemos podido pero no ha sido posible reanimarlo. Lo siento mucho. Ya no podemos hacer más”. Y se dio la vuelta para irse.

Los sanitarios comenzaron a recoger el material de modo mecánico y nos dejaron una sábana para tapar al chico hasta que llegara la funeraria.



No hubo gritos ni escenas espectaculares. El padre había llegado poco antes y no había dicho nada. Se llevó a la madre a un banco cercano, junto a los amigos, mientras nosotros seguíamos desviando el tráfico hasta que la funeraria se llevó al chico, las grúas a los vehículos y los servicios de limpieza dejaron la calle impoluta, como si en aquel cruce no hubiera ocurrido nada. Cuando acabaron, nosotros nos fuimos y la familia y los amigos se quedaron allí.

El cruce ya no existe como tal. Se ha convertido en una zona peatonal en medio de un parque por el que solemos patrullar. Y cada vez que paso por allí, siempre veo unas flores frescas que alguien renueva constantemente desde entonces, antes de que se marchiten, y me viene a la memoria el accidente. Y, a pesar de los años, en la cabeza todavía me resuenan unas palabras:

“Mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo…”

Y las flores no me dejan olvidar.


Lugar del accidente en la actualidad.




domingo, 7 de octubre de 2018

¿SE PUEDEN EVITAR LAS DENUNCIAS DE TRÁFICO?


Uno de los temas que frecuentan mis conversaciones es el de las denuncias de tráfico. En una infracción de tráfico son pocas las personas que reconocen su error, despiste o negligencia y son mayoría las que consideran que han sido injustamente tratadas y echan la culpa a la intolerancia del denunciante o al afán recaudatorio de la administración, principalmente. Yo siempre digo que las denuncias de tráfico se pueden evitar y mis contertulios se sorprenden y me preguntan cómo.

Pues sí. Para evitar una denuncia hay un sistema infalible que consiste en no cometer infracciones, pero eso ya lo sabe todo el mundo y aún así hay gente que se empecina en no seguirlo. Entonces hay que pasar al plan B, que no siempre funciona, y que básicamente consiste en no tocarle los c****** al guardia, plan que la mayor parte de los infractores también se empecinan en no seguir, quiero pensar que por desconocimiento y no por mala fe, porque entonces es que, además de infractores, son gilipollas. Así que vamos a poner un poco de luz a los ignorantes en este asunto.

Si habéis cometido una infracción y os han pillado, lo primero que hay que hacer es reconocer la infracción. Sí, la habéis pringado. Evitad las excusas absurdas (ha sido un minuto, acabo de salir del garaje y no me lo he puesto, era una llamada urgente, estaba en amarillo…) porque generalmente os llevan controlando un rato y saben la verdad (lleváis en doble fila 15 minutos, habéis recorrido 2 kilómetros, lleváis hablando 5 minutos, estaba rojo hacía varios segundos…) y las mentiras a cierta edad están muy mal vistas y no les gusta que les queráis tomar el pelo. Reconoced los hechos. Si la infracción ha sido por despiste, cualquier poli con el culo medio pelado se dará cuenta de que decís la verdad. Entonces empezáis a descolocarlos, porque están esperando el habitual cuerpo a cuerpo, y les estáis demostrando que sois de los pocos medianamente honestos, civilizados, humildes, etc. que quedan. Un punto a vuestro favor.

No hagáis comentarios improcedentes o, simplemente, idiotas que nada tienen que ver con la infracción y que van encaminados a tocar la moral del denunciante. No os conviene, os lo aseguro. Algunos de los más habituales son:

- Lo que tenéis que hacer es ...  ¡La de jefes de policía que se han perdido en este país!. Todo el mundo sabe de ser policía. Todavía estoy por ver que alguien le diga al neurocirujano cómo operar el cerebro (aunque con Internet, la Wikipedia y el Youtube seguro que alguien se atreverá en breve) o al técnico de la lavadora cómo cambiar el tambor. Pues mirad, hacen lo que tienen que hacer y en ese momento es poneros las pilas, pero por escrito. Lo de coger chorizos, investigar a Bárcenas, la Gürtel o Filesa, acabar con la droga y otra serie de cosas, no son competencia de los que están para el tráfico. ¿Vosotros habéis visto a uno de la policía judicial regulando el tráfico o a uno del GEO haciendo una alcoholemia? ¿Es que ellos van a vuestro trabajo a deciros como tenéis que hacerlo? Pues no vayáis vosotros, que de lo suyo saben un poco más.

- Teníais que estar en…  Pues no. Están en su zona, distrito o como se llame y allí habrá otros. Y si no los hay, es porque no procede o el jefe no lo considera así. Así que las reclamaciones, siempre por escrito, a la administración.

- Con los ricos no os atrevéis. Pues sí se atreven. Pero los ricos no dan guerra porque les sobra el dinero  para pagar las denuncias. Lo que a algunos les molesta (y mucho) es que un simple guardia les ponga al orden (¡a ellos, cómo es posible!) y suelen decir que conocen al jefe y al alcalde y cosas así. Cuando el denunciante les dice que les den recuerdos porque ellos también los conocen, se acaba la discusión. Los ricos que se ponen bobos acaban diciéndoles que con los gitanos/rumanos/moros no se atreven.

- Con los gitanos/rumanos/moros/etc. no os atrevéis. Pues va a ser otra vez que sí. Y cuando los gitanos/rumanos/moros/etc. discuten, suelen alegar motivos racistas para la denuncia hasta que los polis les dicen que su mujer es de Nigeria/Rumanía/Ecuador y llevan casados con ella 25 años. Se acabó el argumento racista. Entonces los gitanos/rumanos/moros/etc. suelen decir que con los ricos no se atreven (paradójico).

- Sólo quieres joderme. ¿Pero vosotros os creéis que cuando se levantan lo primero que piensan es en cómo joder a alguien? Pues mirad, son humanos y al levantarse piensan en que llegan justitos de dinero a fin de mes, en la hipoteca, en la enfermedad de la suegra, en las notas de los hijos o en que les duele la rodilla. ¿O es que vosotros os levantáis pensando cómo vais a infringir o cómo vais a joder hoy al guardia? Hay cosas más importantes en la vida.

- Se nota que hay que recaudar. Pues que sepáis que la recaudación de la administración se la trae completamente al fresco. Ellos cobran lo mismo a fin de mes (poco, pero cobran) y no van a comisión ni a producción ni cosas de esas que dicen algunos “enteraos”. Además, y siendo lógicos, en la relación:

Ganancias = Sueldo / Trabajo

si tenemos en cuenta que “sueldo” es una constante, el resultado “ganancias” es mayor cuanto menor sea “trabajo”. O sea, que cuanto menos denuncien, mejor para ellos y si os están denunciando es porque consideran que lo merecéis.

Si no hacéis comentarios idiotas los seguís descolocando y lleváis un poco más de terreno ganado. Ya tenéis dos puntos a favor.

Tratadlos con educación, como trataríais al neurocirujano o al que os arregla la lavadora y sin voces, que no son sordos. Son personas que hacen su trabajo como vosotros el vuestro (si lo tenéis) y no hace falta que seáis pelotas (aunque a veces ayuda). Encontrar a gente con educación es algo que les reconcilia con el género humano y para vosotros es un pasaporte al indulto. Y si conseguís ser afables ya es la bomba. Tres puntos.

Y en cualquier caso, no discutáis. Si consideran que la infracción merece ser denunciada por su gravedad, no os va a librar ni la Caridad (me refiero a la Virtud Teologal, no a mi amiga Cari, a quien saludo desde aquí) y si discutís con malos modos es posible que os llevéis otra. Ni os imagináis las cosas por las que se nos puede denunciar si se lo pedimos a voces. Además, la discusión os va a generar un superávit de mala leche durante todo el día y un déficit en la cuenta corriente durante todo el mes, mientras que ellos se olvidan de vosotros a los pocos segundos, que tienen cosas más importantes en que pensar. Os lo aseguro.

Ya sé que vais a decir que el que os denunció aquella vez era un borde, o un intransigente o se equivocó. Es cierto que de todo hay en la viña del Señor y que alguna vez se pueden equivocar, que son humanos. Pero analizad, primero, si cometisteis la infracción y, segundo, si incumplisteis alguno de los preceptos anteriores.

Ahora vosotros decidís cómo actuar, pero si os vais a llevar una denuncia, lleváosla sola y evitad acompañarla por un cabreo, que ni merece la pena ni es bueno para la salud.

Y mejor todavía. No la hagáis y no la temáis.

Hala, polémica servida.



jueves, 21 de junio de 2018

La estupidez humana es infinita.


Albert Einstein dijo hace muchos años que la estupidez humana es infinita. Nosotros lo comprobamos diariamente. A veces en varias ocasiones. Hoy también lo podréis comprobar vosotros.
El antónimo de nuestro protagonista

Una mañana se presentó un joven a denunciar unos daños sufridos en su vehículo. Por lo que contó a los compañeros, siempre en un tono de “coleguita”, un fulano le había golpeado por detrás al salir de una rotonda y después del accidente, en vez de detenerse a ver los daños, se había marchado. Dijo que intentó seguirlo durante un rato para pararlo hasta que llegó a un polígono industrial cercano y lo perdió de vista.
El comportamiento desenfadado, recostándose sobre la mesa, y la forma de expresarse desinhibida, de barra de bar y bastante maleducada y chulesca, además de determinados datos que no concordaban bien en la historia, hicieron que los compañeros, más toreados que una vaquilla de fiestas de pueblo pobre, sospecharan que la película que contaba no era del todo verdad y que podía haber un cierto componente herbáceo en la sangre del “colega” afectando a sus neuronas, en el caso de tener alguna. Los daños que reclamaba en la parte trasera del coche tampoco parecían causados en un alcance así que, mientras le iban tomando declaración, otro compañero hacía las gestiones oportunas para localizar al conductor del vehículo supuestamente culpable y que le contara qué había pasado. Con la matrícula facilitada por el jovencito, y gracias a nuestra maravillosa base de datos, fue posible encontrar el teléfono del dueño del coche fugado y hablar con él. 


El otro conductor contó que el joven denunciante le había adelantado en una rotonda y se le había cruzado “a lo bestia” (paradójica expresión cuya interpretación es poco clara pero perfectamente entendible) y que después había frenado bruscamente sin ningún motivo aparente haciendo clavar los frenos a todos los demás. Creía que los coches no habían llegado a tocarse pero, en cualquier caso, no era posible que hubiera daños. Como le dio la impresión de que el joven estaba colocado (nada que ver con tener trabajo) y que su comportamiento al volante y fuera del volante no era normal, prefirió poner tierra por medio y, al ver que el joven le perseguía, se había pasado todos los semáforos en rojo para escapar debido al miedo que le entró. Al salir de la ciudad, y como su coche era de bastante más potencia que la del perseguidor, consiguió dejarlo atrás y perderlo de vista. Este reconocimiento espontáneo de múltiples infracciones encadenadas daba a entender que, muy posiblemente, lo que contaba era cierto.

Como Siberia es muy pequeña, dio la casualidad de que la mujer de uno de los compañeros que atendían al joven también había visto y sufrido la conducción de nuestro protagonista. Al pasar por delante de nuestro edificio reconoció el coche del mozo, que estaba aparcado a la puerta, y llamó a su marido para contarle lo que le había sucedido.


Llegados a este punto, uno de los compañeros, que ya era incapaz de cerrar los muslos tras aguantar los modales del jovencito, le preguntó sonriente si tendría algún inconveniente en que le realizaran una prueba de alcoholemia, y éste, eufórico, le dijo que le podía hacer lo que le saliera de los mismísimos (literal). Como era de esperar, la prueba dio resultado negativo y eso animó al mozo, que se iba creciendo cada vez más a costa de mis compañeros, a los que creía estar tomando el pelo.

Lo que no se esperaba es que la semana anterior les habían traído la maquinita para hacer pruebas de drogas y los compañeros estaban deseando estrenarla. Al explicárselo se le empezó a cambiar la cara y a quitar la tontería. Resulta que había consumido algo el fin de semana y temía que eso pudiera dar positivo. Cuando le dijeron que siendo así no tenía de qué preocuparse, que la maquinita detectaba sólo lo de las últimas horas, ya le entraron los nervios y los sudores, y más todavía cuando el resultado del estreno fue positivo. O sea, tanta máquina y tanta tecnología para llegar a la misma conclusión a la que habían llegado los compañeros tras escucharle durante un par de minutos. Al menos, los 1.000 euritos de multa amortizan el material, el papeleo y el tiempo y la paciencia empleados. Además el coche se lo llevó la grúa al depósito y, como no podía ser menos, con los gastos por su cuenta, por supuesto. Y siempre con una amable sonrisa de los compañeros, que no debe faltar nunca en estos casos de atención al público.

Una de las maquinitas para detectar drogas

Pero como no hay pastel sin guinda, esa mañana se encontraba trabajando la unidad canina con los perros de detección de drogas, así que, tras el resultado positivo en la maquinita los compañeros les avisaron porque había un posible cliente para el perro.

El joven, ahora milagrosamente reconvertido en persona educada y temerosa de Dios y de nosotros, no osaba moverse ante la presencia del perro, que comenzó a olisquearlo hasta que se detuvo con su hocico justo ante esas partes que antes se le habían hinchado a los compañeros para indicar dónde llevaba escondido el chocolate. Sin leche, por cierto. Incautación, y otra denuncia. Así quedó puesta la guinda.

En resumen: un lucimiento absoluto. Subestimando a los guardias, que ya se sabe que no son muy listos, quiso que le ayudaran a arreglar un golpe del coche a costa de un pringado y se encontró con denuncias por conducir fumado y por tenencia de drogas, sin coche, sin arreglo del golpe, y sin chocolate.

La parte positiva es que se le pasó la tontería y aprendió modales de modo instantáneo, que algo tenía que llevarse de bueno por ese precio. Pero dudo de que el efecto sea permanente. El tiempo nos lo dirá.

Lo contaron a su manera los del periódico. Palabra de Dios.

* El marcaje lapa, desarrollado y patentado por mi compañero de promoción Javier Macho (que me ha pasado la foto), se está implantando en una gran parte de las unidades caninas de detección de drogas de las policías españolas y comienza a extenderse en el extranjero. El perro se queda inmóvil con la trufa (el hocico, para entendernos) pegado en el punto más cercano al objetivo, sin morderlo ni tocarlo. Más información en http://marcajelapa.com/index.html


miércoles, 14 de marzo de 2018

El chipirón y el machismo: conversaciones de vestuario.


¡ADVERTENCIA!

El contenido de esta publicación es políticamente incorrecto y puede herir gravemente la sensibilidad de algunas personas y personos. Los hechos hay que entenderlos en su contexto, es decir, vestuario masculino rebosando testosterona y con ganas de risas. A quien le moleste cualquier sesgo machista, que se abstenga de seguir leyendo o de criticar después, que ya he avisado que no es para todos los públicos o públicas.


Y ahora que he puesto la venda antes de la herida, vamos a ello:


Hasta hace un par de años, cuando alguna de mis compañeras entraba al trabajo con su ropa de calle, yo tenía la costumbre de dedicarles lo que yo creía una galantería en forma de comentario del tipo “qué bien te queda ese corte de pelo” o “qué guapa vienes hoy” y que era respondido con una sonrisa y, a veces, un “gracias” que yo interpretaba como de satisfacción. Ahora parece ser, o eso me dicen, que mis comentarios realmente eran grosería de andamio y que la sonrisa de la compañera era de desprecio mientras pensaba algo así como “vaya, el primer machista del día diciendo gilipolleces”. Ahora me he reformado y ya no les digo nada, que prefiero quedar de antipático superlativo a que ellas y quienes me puedan escuchar piensen que soy otras cosas más castigadas por el pensamiento políticamente correcto mayoritario. O sea, un machista.



Y hace unas semanas leí un artículo de Arturo Pérez Reverte titulado “La profesora de Osaka”, del que dejo el enlace correspondiente (https://www.zendalibros.com/la-profesora-osaka/) por si alguno más quiere leerlo y entender bien de lo que hablo antes de seguir leyendo esta publicación. Para los que no quieran leerlo, básicamente dice que, según esa profesora, los cuentos de Blancanieves y otras princesas durmientes son machistas y los besos suponen agresiones sexuales porque se dan sin el consentimiento de la hermosa, que está dormida. Y Don Arturo cuenta las reflexiones de un hombre que no se atreve a besar a su apetitosa mujer (perdón por el machismo, quiero decir a la persona con la que está casado) cuando está dormida porque después de haber leído el estudio de la profesora ya casi empieza a verse como un depravado monstruo sexual. Y así, poco a poco, empezamos a vernos muchos hombres.
  


Bueno, pues tras leer el artículo de marras, y presa de un gran desasosiego, se me ocurrió comentar en el vestuario con mis compañeros de pasillo mis inquietudes sobre la deriva de la sociedad, que en algunos casos parece que más que feminista (que me parece muy bien) es anti-masculina y, para mi sorpresa, me miraron y pusieron cara de resignación y comprensión. Fran, en el otro extremo del pasillo, tras un comentario solidario y un análisis personal de algunas situaciones que no vienen al caso, comentó en tono jocoso que “a este paso, al final nos lo vamos a tener que hacer entre nosotros”. Pepe, horrorizado ante el comentario de Fran, dijo que de eso nada, que a él lo de hacérselo con otro tío no le iba. Fran, para evitar confusiones le dijo que “¡joder, solo como alivio!, como en Torrente, sin mariconadas”. Como en el vestuario se escucha todo, desde el pasillo vecino se oyó vocear a otro compañero: “¡no digas eso de mariconadas, que es homofobia, y si te oye Guzmán te vas a cagar!”. El ambiente se iba animando con el cachondeo y Fran siguió con sus ocurrencias: “pues entonces tendremos que volver a las cabras, como hacía el pastor de mi pueblo”, idea que volvió a ser contestada por la misma voz del otro pasillo: “¡Eso es maltrato animal. Eres un salvaje!”. Fran, queriendo suavizar sus comentarios propuso entonces utilizar un melón, que todavía no está considerado como método de relax políticamente incorrecto.




En ese momento llegó Manolo hasta nuestro pasillo, con su casco bajo el brazo, que había oído parte de la conversación y que siempre tiene soluciones para estos casos. Nos miró seriamente y, sin inmutarse, nos dio el remedio: “Chipirón al microondas. En 1 minuto a 300W coge la temperatura perfecta. No se quitan las patas; se meten pa’ dentro que así da más sensación”. Y se marchó.

Soltamos una carcajada que puso fin a las ocurrencias y, una vez finalizado el rato de humor, seguimos cambiándonos en silencio. Pero, por mucha broma que pueda parecer, creo que todos tomamos nota mental de la receta de Manolo por lo que nos pueda deparar el futuro.