Una de las razones de ser de este blog era la de contar esos
casos que se salen de lo que en mi trabajo ya es normal para mí, y como la
anterior entrada fue sobre violencia de género, voy a empezar con un caso sobre
este tema, concretamente con el más antiguo, para darle un orden cronológico
que no se mantendrá en futuras entradas. Allá vamos:
Sobre las 11 de la mañana nos llamó la portera de un
edificio diciendo que tenía refugiada en su vivienda a una joven extranjera que
había sido agredida por su pareja y por un amigo de éste. Las casualidades del
trabajo hicieron que estuviéramos muy cerca mis dos compañeros, Pepe y Luis, y
yo, que a veces vamos tres en vez de dos por causas que ahora no hay que
contar.
Lo primero fue subir a casa de la portera para que, dada su condición,
nos contara qué había ocurrido y, tanto ella, que ya estaba enterada (no podía
ser menos), como la joven, nos dijeron que el novio y un amigo la habían
agredido y que ella se había defendido como su naturaleza le dio a entender. A
continuación, y como la joven se encontraba en lugar seguro, fuimos al piso del
novio y allí nos abrieron él y su amigote, llenos ambos dos de arañazos y algún
golpe más que menos, y nos contaron que habían tenido una larga noche de drogas
y sexo salvaje en trío y que al final, no recuerdo el motivo, se habían
enfadado, discutido y sacudido mutuamente. Y a la vista estaba que la joven
sabía cómo hacerlo.
Mientras mis compañeros identificaban a los dos amigos yo me
fui a ver otra vez a la joven para aclarar los motivos de la trifulca,
informarle del proceso de la denuncia si lo consideraba oportuno e intentar que
se identificara, porque antes no había querido y me estaba temiendo que la
razón era que su estancia en España no estaba legalizada. También solicité una
ambulancia porque había alguna gota de sangre en las escaleras y en el piso de
la portera y no se le veían heridas, lo que me hacía sospechar que había
lesiones por debajo de la falda.
Tras un rato de charla y de ganarme su confianza, conseguí
que me entregara su pasaporte y al verlo tuve que sacar el jugador de póquer
que casi todos los de mi oficio llevamos en nuestro interior para situaciones
comprometidas, procurando que mi cara no reflejara emociones. Además de lo que
vi en el pasaporte, pude comprobar que su estancia en España era ilegal.
En ese momento apareció Pepe y le comenté que la situación
era complicada. Me dio la razón y añadió algo sobre las agresiones mutuas, como
si fuera esa la causa de la complicación y entonces le enseñé el pasaporte. A
Pepe, peor jugador de póquer, se le escapó un “¡ahí va, la ostia!” al ver que la moza, en realidad, se llamaba José
Manuel, y le mudó la color al imaginar el tipo de trío que habían estado
haciendo toda la noche. Yo preferí no imaginarlo.
Cuando Pepe se fue a comunicar el hallazgo a Luis y a
decirle que aquí no había violencia de género, sino otra cosa que calificó de
un modo que no puedo reproducir en un lugar serio como éste, llegó la dotación
de la ambulancia, y yo, inocentemente, solicité a la médico que explorara a la
víctima debido a la presencia en el suelo de sangre de origen desconocido. Se
metieron en una habitación y la médico salió a los pocos segundos con la cara
desencajada y los ojos desorbitados como si hubiese visto algo fuera de lo
normal (que no lo descarto) y diciéndome “¡pero
si es un tío!”, de donde se deduce que ella tampoco jugaba al póquer, y yo
me limité a contestarle “pero se siente
mujer”, que le hizo comprender que yo ya tenía esa información y que se la
había jugado. La portera, también inmutable como buena jugadora de póquer, se
frotaba las manos pensando en el partido que iba a sacar a esa información, y
la de buenos ratos de conversación que iba a pasar gracias a ella.
Al final acabaron todos en comisaría con denuncias cruzadas
por las lesiones y no por violencia de género al impedirlo precisamente “aquello” que alteró a la médico en su
exploración. Además, José Manuel se quedó detenida por estancia ilegal a la
espera de un expediente de expulsión que nunca se produjo. Durante el traslado
en el coche a comisaría, José Manuel iba sentada a mi lado y, ya reconfortada,
se intentaba agarrar a mi brazo halagando mi belleza (lo juro) y mi bondad (la
médico no compartía esa opinión) mientras yo intentaba, con gran dificultad,
que corriera el aire entre nosotros durante un trayecto que se me hizo eterno.
Eso me trajo algún cachondeo posterior entre los compañeros pero, por fortuna,
se olvidó pronto.
Cuando salía de comisaría me venía a la mente la coplilla
popular anónima:
La
quise llevar al río
pensando
que era mozuela,
resultó
ser un tío
y por
poco me la cuela.