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lunes, 31 de agosto de 2015

UNA VIDA EN RUINAS


Cuando comencé con este blog lo hice, entre otras razones, con la intención de contar esos casos curiosos que se presentan en mi trabajo, aquellos que se salen de lo que para nosotros es cotidiano y que, a pesar de ello, a vosotros también os causarían sorpresa y admiración. Con curiosos no quise decir divertidos, que también los hay, y cometí el error de comenzar con “El trío peculiar”, que creó unas expectativas jocosas que no siempre se van a dar.
En esta ocasión el caso no es divertido, y además siento decir que se sigue produciendo en este momento y que el final es incierto aunque me temo que no será bueno, como no lo fue el comienzo.
En marzo de este año acudió a nosotros un niño de 18 años, (permitidme que lo califique así debido a mi edad y a sus circunstancias) que nos pedía una ambulancia porque se había estrellado esa mañana con una bici contra una pared y le estaba doliendo la rodilla de modo que cojeaba. Mientras esperábamos a la ambulancia nos contó que, en el plazo de dos semanas, había tenido un intento de suicidio con pastillas, una caída desde un segundo piso y ahora el accidente de bici, y que creía que debía de estar gafado porque todo esto no podía deberse a la casualidad. Había cumplido los 18 años en febrero y su madre, en vez de ponerle las velas, le había puesto en la calle. Nos dijo que al principio se había ido a dormir a Cáritas pero ahora ya dormía en la calle. El modo de contar las cosas, imposible de reflejar en un papel, junto con su comportamiento mientras esperábamos a la ambulancia (largo e inconveniente de poner por escrito) a nosotros ya nos dio que estaba de psiquiatra y así se lo hicimos saber a los miembros de la ambulancia.
Días después, otros compañeros de mi turno intervinieron con él porque se encontraba en estado catatónico y los de la ambulancia ya les comentaron que no era la primera vez que lo encontraban así. También nos enteramos de que su madre no lo había echado de casa, sino que había sido detenido por agredir a su madre y el juez le había puesto una orden de alejamiento. A los pocos días fue detenido nuevamente por incumplir la orden de alejamiento.
Unas semanas después lo detuvimos en compañía de un conocido delincuente y toxicómano robando bicicletas y en otra ocasión ayudándole a quemar contenedores, afición habitual de su amigo, que presumía de que el chaval era su protegido, y preferimos no imaginar cual sería la contrapartida por la “protección”.
Cada vez que teníamos contacto con él, generalmente por su estado catatónico, nos decía que vivía en la calle y, como se encontraba como un zombi, lo llevábamos al hospital para su valoración psiquiátrica. En una de estas ocasiones me enteré de que su historial psiquiátrico es más largo que un día sin pan, los ingresos en psiquiatría constantes y sus patologías psiquiátricas son tantas que es más fácil decir cuáles de ellas no padece. En cada una de estas ocasiones hacíamos un nuevo informe para que los Servicios Sociales contactaran con él y le dieran, o intentaran darle, una salida.
Descubrimos que había un grupo de gente que, con toda su buena intención, le proporcionaba bocadillos o le pagaba un desayuno, pero pronto se cansaron de ello porque supieron que no acudía a las citas con las trabajadoras sociales, entre otras cosas porque mientras se encontraba alimentado no tenía necesidad de otro tipo de ayudas. Dormía en la calle pero como el clima estaba siendo poco frío tampoco tenía necesidad de abrigo. Le habían ofrecido alojamiento en un centro de inserción y lo había rechazado y los trabajadores sociales de Cáritas no conseguían convencerle de que no podía seguir así. No aprovechaba ninguna oportunidad y no se daba cuenta de que necesitaba ayuda. Posiblemente no sabía (y no sabe) que necesitaba y necesita ayuda.
Ha acabado uniéndose a un grupo de toxicómanos y alcohólicos cuya única misión en la vida es beber litronas todo el día. Ya nadie llama cuando está mal. Ya se ha convertido en un fantasma para la sociedad. Ya ha entrado en barrena.
A este niño lo vi en una foto en la revista del instituto de mi hija, dos años menor que él, y se me cayó el alma a los pies. Un día me fui a hablar con los servicios sociales para ver si había algún modo de ayudarle mediante una incapacitación o un internamiento forzoso en algún centro psiquiátrico. En Servicios Sociales me atendió de maravilla un conocido que no sabía nada del chaval pero se comprometió a informarse y me envió un correo que os transcribo:

Respecto a XXX te informo que justamente cuando tú estabas conmigo, en la sala de al lado, había una reunión de la Comisión Provincial Socio-sanitario y me ha dicho (el jefe de Servicios sociales) que este caso ha sido la estrella de la reunión y cómo, entre todas la instituciones que estaban en ella, se recoge la impotencia de ver que un muchacho de 18 años se está autodestruyendo y causando mil problemas de todo tipo. Así mismo, la compañera del CEAS me ha comentado toda la historia familiar y las numerosas intervenciones que se ha tenido con esta familia desde varias entidades de servicios sociales. Ya te contaré.

Unos días después me comentó que iban a contactar con el forense jefe para intentar incapacitarlo pero lo de la justicia es lento y los jueces son poco amigos de mojarse en determinadas cuestiones. Supongo que tendrán sus razones para ello y no entro a valorarlo, que cada uno hace su trabajo como sabe, puede y le dejan. Mientras tanto, sigue con su rutina de litronas y quién sabe si de otras cosas, ninguna de ellas buena.
Yo no le doy un año de vida. Si lo supera con la ayuda de su “protector” vivirá una vida miserable, sin techo, sin futuro, sin amigos, sin familia. Creo que me equivoco al llamarlo vida.

Aquí dejo este caso de hoy, a medias, sin finalizar (o tal vez sí), pero tenía que contarlo.