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martes, 27 de diciembre de 2016

Cosas que pasan todos los días

Nos llamaron porque un joven se había caído desde una ventana del primer piso. No es algo muy frecuente, pero a veces pasa. Al llegar, nos encontramos con un negro (lamento ser políticamente incorrecto, pero no se trata de racismo sino de ahorrar palabras, que decir “un hombre de raza negra” en cada ocasión es muy largo y diciendo simplemente “negro” nos entendemos todos) sentado en el suelo con un tobillo del revés, con un par de heridas en la nariz y en la sien que, claramente, no eran consecuencia de la caída, sino que ya las traía puestas antes del vuelo, y con una joven con pinta de putilla (siento dar mi apreciación, pero creo que, como ya veremos, no me equivocaba mucho) que le estaba atendiendo cariñosamente. A nuestro profesional saludo “¿Qué t’ ha pasao, majo?” nos contestó que había saltado por la ventana. La cosa empezaba a torcerse, que no es lo mismo caer que saltar. La samaritana sólo nos dijo que se lo había encontrado en la calle y, tras darle al negro un beso cariñoso en la mano, se esfumó aprovechando nuestro desconcierto ante un salto tan extraño.


“¿Y cómo te ha dado por saltar por la ventana?”, fue la siguiente pregunta más o menos lógica que le hicimos. “He discutido con mi novia y me he puesto nervioso”. La explicación seguía retorciendo cada vez más las cosas y empezábamos a pensar que la salida por la ventana tenía más misterio del que parecía. “¿Y no tenías a mano una puerta para salir?, porque la ventana está un poco alta y te podías haber hecho daño”.

Como a eso ya no contestaba, y al ver que no se asomaba nadie a la ventana nos dio por pensar que en el piso había ocurrido algo raro y decidimos subir a ver si la novia estaba bien (de salud) y, tras localizar la vivienda, llamamos a la puerta. Nos abrió una sesentona con cara de estar haciendo croquetas y que no se asustó al ver a la policía llamando a su puerta, que es lo que suele pasar cuando la policía llama inesperadamente a la casa de la gente de bien. Le contamos que en la calle había un señor que decía que había saltado desde su ventana y, sin inmutarse, nos dijo que de su casa no había saltado nadie. Al insistirle en lo que decía el negro y hacerle notar que la ventana-trampolín era justamente la que estábamos viendo desde la puerta, ya empezó a recordar: “Ah, sí, ese señor ha llamado a la puerta, me ha dado un empujón, se ha ido corriendo hacia la ventana y ha saltado a la calle”.


En nuestra limitada inteligencia aquello sonaba raro: “A ver, señora, ¿me está usted diciendo que un negro llama a su puerta, la empuja, sale corriendo y salta por la ventana y usted no llama a la policía, y ni siquiera lo recuerda cuando le preguntan? A mí, esto no me pasa todos los días ni todos los años y me acordaría bastante bien”. Mientras la señora nos miraba como si mirara a sus croquetas, imagino que pensando la siguiente explicación, una cuarentona con pinta de putilla (otra vez mi apreciación personal) apareció en el pasillo. Cuando le preguntamos si sabía algo del suceso nos dijo que ella tenía su habitación, que estaba cerrada con llave y que no había oído ni visto nada.


 Al intuir que aquello era una casa más alegre que las del vecindario, mi compañero le preguntó a la sesentona, ya convertida en madame (y no por señora), si conocía al negro de ocasiones anteriores. Pues resulta que sí, que había estado liado con una chica que había residido en la casa pero que se había marchado la semana antes, y que ese día el negro había ido a buscarla y al ver que no estaba en la casa se había tirado por la ventana, que es lo que cualquiera suele hacer en esa situación, supongo.

La explicación tampoco nos convencía, pero desde ese momento ya no cambió la declaración. En el piso no había nadie más que la chica que no sabía, no oía y no veía, y no teníamos por dónde seguir investigando si el negro no quería contar más.

El negro, tras nuestras intensas indagaciones y nuestras agudas preguntas nos contó que estaba retozando con una chica de la casa alegre y que oyó ruidos de alguien que entraba en la casa y, pensando que era su mujer la que llegaba, decidió salir apresuradamente por la ventana para que no lo viera. La explicación, además de no parecerse a la de la madame, tampoco era convincente pero, como en el caso anterior, ya no quiso contarnos nada más.


Yo no sé qué pasó, que soy de escasa imaginación. Supongo que fue a pasar un rato de diversión (¿tal vez con la samaritana?) y en el piso hubo algo más que palabras con alguien que le puso al negro las cosas claras y las heridas en la cara. El negro vio la huida fastidiada y prefirió salir por la ventana. O lo sacaron, que eso no lo sabremos nunca. Ese alguien se marchó a continuación del negro, pero saliendo por la puerta, y no se quiso quedar a dar explicaciones, dejándonos con la intriga.

Si alguien tiene una idea mejor me la puede contar pero, mientras el negro no hable, de poco nos va a servir.

jueves, 27 de octubre de 2016

La maestra y el café

  
¿Os acordáis de cuando aprendisteis a leer? Supongo que no. Erais muy pequeños y los recuerdos de aquella edad se desvanecen. Las letras parecen haber estado siempre ahí, con su significado, y no recordáis cuando no eran más que un conjunto de rayas y de figuras extrañas sin sentido. ¿Os acordáis de la maestra que os enseñó a leer? Porque seguro que era maestra y no maestro. “¿Es buena tu maestra?” os preguntaban los mayores y vosotros contestabais que sí, porque no conocíais otra cosa y no teníais razones para quejaros. ¿Os acordáis de los cuadernos de Rubio para hacer caligrafía? Yo les tenía un odio infantil: repetir, repetir, repetir el mismo trazo, la misma letra durante varios renglones era una tarea tediosa en la que no ponía el menor interés y que intentaba acabar cuanto antes con un resultado tan lamentable que hizo que la maestra me llamara “chapucero” en alguna ocasión. Hasta me lo escribió en letras rojas en la cartilla. Y así me ha ido con la letra, que no la entiendo ni yo mismo cuando la leo después de varias semanas y ya no recuerdo lo que escribí. Menos mal que alguien inventó esto de la máquina y el ordenador.

 



Pero ahora, a mis 49 años, tengo el privilegio de estar aprendiendo a leer otra vez siendo adulto (al menos físicamente) y eso me permite ir disfrutando del proceso del aprendizaje. Signos que antes no eran más que unas rayas informes van adquiriendo ese sentido que alguien les dio y van apareciendo sonidos: bbbbb, zzzzz, tttttt, aaaaa. Los garabatos se van convirtiendo en algo comprensible y pierden su calificativo de garabatos a medida que la repetición hace que su identificación sea más rápida hasta que finalmente ya no existe más como garabato, porque se ha convertido en letra. Luego se van uniendo los sonidos unos a otros con más o menos dificultad: zzzeee, bbbaaa, dddaaa; y por fin se unen en cadenas que forman palabras incipientes: zzeebbaaddaa. Pero sólo incipientes, porque el proceso de lectura requiere una mayor práctica para poder entender las palabras. Al principio hay que leer el sonido de la palabra completa y luego pasar a  asimilar lo leído: “zzeebbaaddaa; ya está: zebada”. La comprensión de estos garabatos, aparentemente informes, me resulta un hecho fascinante.

El siguiente paso es saber qué quiere decir la palabra. Esto parece una cuestión nimia, pero cuando se aprende a leer es cuando todavía no se conoce el idioma y hay cientos, miles de palabras desconocidas. Las leemos pero no las entendemos. Todo irá llegando. O eso espero.



Mi edad también me permite ser consciente de la bondad y la competencia de mi maestra actual, aunque sea por simple comparación con las anteriores. Tiene paciencia con mis errores y no se enfada si tiene que repetirme las cosas varias veces. Dice que soy buen alumno, se sorprende de mis progresos y me cuenta que a ella le costó bastante más tiempo que a mí. Incluso hace fotos de las palabras que escribo para enseñar a sus amigos de Facebook los progresos de su alumno: el único que tiene.


 Mi maestra se llama Hafsa y nació en Tetuán hace menos años que yo. Para ser sincero, bastantes menos. Estudió filosofía y varios idiomas antes de venir a Siberia a trabajar como camarera en un bar al que vamos bastantes compañeros a tomar un café para entrar en calor cuando hace frío. Y entre café y café me va enseñando las letras árabes: a leerlas y a dibujarlas. Y ha pedido a un primo suyo que me compre los cuadernos equivalentes a los de “Rubio” para que haga caligrafía y mi letra árabe sea mejor que la latina, cosa que no creo que sea muy difícil, porque mi letra latina ya parece árabe.


   


   
Siempre me ha atraído la cultura y la lengua árabe y no sé por qué. Tal vez es por mi aspecto físico, que me adjudicó el apodo de “el ayatolá” cuando hice la mili; tal vez es por mi trabajo, en el que tuvimos una larga temporada con magrebíes problemáticos a los que no había quien entendiera y aprovechaban para desahogarse con imprecaciones en árabe hacia nosotros. Hace años quise estudiarlo pero no encontré dónde y acabé matriculándome en italiano de pura casualidad, simplemente porque el horario me iba bien. En las clases de italiano encontré buenos amigos y, además, aprendí el idioma de Leonardo da Vinci, de Galileo y de Dante, que no es poco.

Un día, hablando con Hafsa mientras nos ponía un café, le conté mi historia con los idiomas y le faltó tiempo para coger papel y lápiz y empezar a garabatear. Se tomó la tarea con más ilusión que yo y, poco a poco, consiguió que me aprendiera el alifato (así se llama su abecedario) y me fue introduciendo en el idioma árabe. Y ahora ya no me queda más remedio que seguir y espero llegar a hablarlo lo suficiente como para entenderme en situaciones básicas.

HAFSA
 Y si no me sirve para eso, al menos espero que me sirva como ejercicio contra el abandono cognitivo: leer un código diferente supongo que hará trabajar nuevamente mi escaso y atrofiado cerebro y además, leerlo y escribirlo de derecha a izquierda implica una actividad psicomotriz a la que no estoy acostumbrado y que requiere una atención que, lamentablemente, ya no pongo en la rutinaria tarea de escribir de izquierda a derecha con el alfabeto latino. Algo sacaré positivo de la experiencia. Ya os iré contando.




domingo, 7 de agosto de 2016

UNA MUJER TREMENDA


Las excusas que oímos de los conductores cuando procedemos a denunciar una infracción de tráfico son de lo más variopinto y, generalmente, suelen ser absurdas, rebatibles o, simplemente, estúpidas y, casi siempre, mentira. Pero en ocasiones no son simples excusas, sino justificaciones sinceras y reales y hay que tenerlas en cuenta, como veremos seguidamente.

En nuestro tiempo de bocadillo, cuando nos contamos las batallitas presentes y pasadas para echar unas risas al estilo Abuelo Cebolleta, nuestro compañero Manolo nos suele recordar un caso que le ocurrió cuando llevaba unas pocas semanas en el oficio y le habían encargado la vigilancia del tráfico de la zona centro, que suele ser la más conflictiva. Al volver una esquina en una calle muy transitada, se encontró con un vehículo parado en uno de los carriles ocasionando la consiguiente retención de tráfico. Manolo, convenientemente aleccionado por los veteranos, inició una “aproximación táctica” que consiste en acercarse con paso lento al coche, de modo que el conductor tenga tiempo de observar nuestra presencia por el retrovisor y pueda escapar del lugar, consiguiendo él evitar la denuncia y nosotros el tener que escribir o discutir. Pero hete aquí que el coche no se movió y a Manolo no le quedó más remedio que, poco a poco, llegar hasta allí y entablar diálogo con el conductor, diálogo que, más o menos, se desarrolló del siguiente modo según nos cuenta:



- Buenos días, señor. No puede pararse aquí, que hay mucho tráfico y lo está interrumpiendo.
- Buenos días, agente. Ya sé que estoy mal, pero estoy esperando a mi esposa, que ha entrado en una tienda.
- Pues aquí no puede estar, así que es mejor que la espere en otro lugar o me veré obligado a denunciarle.
- Mire agente: mi esposa me ha dicho que la espere aquí y yo de aquí no me muevo.
- En ese caso no me deja otra alternativa.
- Haga lo que crea conveniente pero yo de aquí no me muevo hasta que venga mi mujer, que Vd. no la conoce. Si me tiene que denunciar, hágalo, que prefiero una denuncia a que mi mujer se ponga como una fiera conmigo por no estar aquí cuando salga. No sabe Vd. el genio que tiene. Pago lo que sea pero yo, de aquí, no me voy hasta que llegue mi mujer.

Manolo, de risa fácil, tras la sorpresa inicial no pudo evitar sonreír ante la justificación rotunda, sincera y temerosa que estaba oyendo. El conductor, al ver la reacción de Manolo prosiguió con su discurso:

- No se ría, señor agente, que veo que es Vd. muy joven y seguro que no está casado todavía ¿verdad?
- Pues no, todavía no.
- Pues ya se casará, ya; y entonces entenderá lo que le estoy diciendo y verá cómo si su mujer le dice que no se mueva, Vd. no se mueve ni un milímetro por la cuenta que le tiene. Así que si me tiene que denunciar, hágalo, que es su obligación y no se lo reprocho, y así, mientras tanto, a lo mejor llega mi mujer y tiene Vd. el “placer” de conocerla.

Manolo, hombre cabal como pocos, pensó que bastante carga tenía aquel conductor con su mujer, y que la denuncia iba a ser un argumento más de castigo cuando le contara que lo habían denunciado por esperarla. Así que guardó el talonario y se despidió del conductor con una sonrisa:

- Procure que esto no se repita en muchas ocasiones, y que tenga Vd. un buen día, si es posible.
- Entonces, ¿no me va a denunciar?
- No. La denuncia es para evitar que pare aquí en más ocasiones y, en este caso, no va a ser efectiva porque no depende de Vd. A quien tendría que denunciar es a su esposa, pero ella no conduce. Váyase tranquilo que ya tiene bastante castigo.


Y Manolo, con la conciencia tranquila y la sonrisa en la boca, se dirigió al inicio de la calle a regular el tráfico para intentar que la retención fuera la menor posible, y no quiso volver a mirar atrás.






martes, 24 de mayo de 2016

Transcripción (casi) literal de un informe de trabajo


ASUNTO: Indigente desnudo en estación de ________ y en Paseo ________

Sobre las 6:45 horas del día de la fecha se recibe aviso de la encargada de la estación de ________ denunciando la presencia de un indigente haciendo exhibicionismo. Al llegar a la sala de espera se aprecia un intenso hedor a excrementos y se observa a un varón a quien le falta una pierna y que se encuentra semidesnudo en un rincón de la sala de espera, con el pantalón y calzoncillo quitados y llenos de heces, siendo esta la razón de la pestilencia ambiental. El hombre está intentando limpiarse los restos del acto fisiológico, que también se encuentran tanto encima de los asientos como en el suelo, e intentado simultáneamente tapar sus vergüenzas con los extremos de un forro polar que lleva puesto mientras a grandes voces proclama constantemente "así no se me ve nada".
Se le identifica como Manolo H.H., quien manifiesta que no quiere asistencia sanitaria ni social, aunque, en opinión de los intervinientes, no se encuentra en condiciones psíquicas de andar suelto por el mundo. Se le solicita el número del teléfono móvil, siguiendo el protocolo establecido por Servicios Sociales para contactar con él, pero desconoce su número y en todo caso daría igual porque ha olvidado el PIN y no puede activar el teléfono. Manifiesta que llegó hace dos o tres días a Siberia en autobús.
A través de la sala de comunicaciones se intenta contactar con Cáritas para ver si pueden proporcionar algo de ropa para esta persona, pero todas las gestiones resultan negativas por lo temprano de la hora. A requerimiento de los intervinientes, la patrulla ________, que había acudido en apoyo, intenta localizar alguna prenda de vestir en alguno de los contenedores de ropa de la ciudad, pero parece ser que, casualmente, los han vaciado todos la noche anterior. Finalmente consiguen un pantalón, dos calzoncillos y unos calcetines en el comedor de beneficencia de ________ que se le proporcionan a Manolo para que se vista, lo que hace por sí mismo rechazando la asistencia de los intervinientes y tardando casi una hora en el proceso. Se queja de la talla del pantalón, demasiado grande para él, y se ata el cinturón sobre el pecho para cerrar el forro polar, al que no le funciona la cremallera, y no tener frío. Seguidamente coge sus muletas y abandona el lugar sin mediar más conversación ni agradecimiento, siendo las 08:50.
Los restos de excrementos y la ropa embadurnada son retirados por la empleada de limpieza de la estación de ________.
Posteriormente, sobre las 09:20, se recibe una llamada en la que se describe a una persona cuyas características coinciden con el anteriormente reseñado, e indican que se encuentra haciendo exhibicionismo junto al Monumento a ________. En esta ocasión, a la llegada de la patrulla se encuentra sentado en un banco del Paseo ________, otra vez sin pantalón y sin calzoncillo, ya que este último no se lo había puesto anteriormente, y dando voces muy indignado porque una mujer le ha señalado con el dedo cuando se encontraba orinando por necesidad en el jardín junto a la estatua de ________ y se le ha caído el pantalón al quedarle grande, dejando a la vista sus intimidades. También reconoce que se abre la chaqueta cuando no hay nadie para que le dé el sol en todo el cuerpo, dejando al aire sus genitales, y que se tapa cuando pasa gente.
Al ser un lugar de tránsito de turistas, y debido al espectáculo y las voces que está dando, se decide trasladarlo en el vehículo policial hasta el comedor de beneficencia de ________, lugar que manifiesta conocer ya y al que quiere acudir para comer. A la puerta del centro se consigue que se ponga un calzoncillo y, tras hacerle un agujero a su medida en el cinturón para que le ajuste bien, se le pone en las trabillas del pantalón. También se viste con una camiseta y una camisa facilitadas por un compañero que las tenía en la taquilla para ocasiones como estas. Una vez que se consigue que esté vestido con una cierta decencia, abandonamos el lugar y al sujeto y finalizamos la intervención sin volver la vista atrás, siendo las 10:10 horas.

Lo que ponemos en su conocimiento a los efectos que estimen oportunos.

  



  
P.D.: Por si alguno no se cree la historia, que conste que tengo la grabación del fulano y la copia del informe pero, por razones obvias, no puedo ponerla aquí. Si alguien quiere verla tendrá que venir a mi casa y se la enseño. Las fotos son capturas de pantalla de la grabación pero convenientemente retocadas para proteger la intimidad del sujeto.


jueves, 14 de abril de 2016

LAS APARIENCIAS ¿ENGAÑAN?


Hace bastantes años, siendo yo mucho más joven e inexperto en mi profesión, tuve que intervenir en un accidente que me hizo meditar sobre las apariencias y cómo nos pueden engañar las ideas preconcebidas. Y con el tiempo he llegado a extrañas, o tal vez no tan extrañas, conclusiones.

Nos avisaron de un accidente entre tres vehículos, lo que técnicamente se llama alcance triple, y que vulgarmente se conoce como darse por detrás (los pensamientos impuros para otra ocasión, por favor). El primer coche, que se había parado en un semáforo, era conducido por un portugués al que no hicimos mucho caso por la diferencia idiomática y porque, en cualquier caso, no era el responsable del accidente. Los daños en su parte trasera (del coche) eran considerables. En el coche del medio, convertido en acordeón, viajaba un elegante caballero (sin caballo) con traje de marca y pelo repeinado y engominado. En el último coche viajaba un punki con tal cresta que más parecía casco de centurión romano que pelo de persona que, imagino, le causaba una cierta dificultad para entrar y salir del coche, y al que atribuimos inicialmente, de modo casi automático, la absoluta responsabilidad del accidente por la posición final de los vehículos y la pinta del personaje.


 De inmediato tomó la palabra el engominado y nos dijo eu un tono bastante despectivo que “ese punki”, que venía como un animal, les había golpeado cuando estaban parados en el semáforo y había causado el estropicio que veíamos, confirmando nuestra impresión inicial y llevándose todas las culpas. El punki que, todo hay que decirlo, tenía la documentación correcta y una educación tan grande como la cresta, confirmó con humildad que se había despistado y que cuando se había querido enterar de la existencia de unos coches parados delante de él ya no pudo ni frenar. Pues a pagar, majete.

Mientras estábamos haciendo nuestras comprobaciones de documentos y trámites varios para reflejar en el informe, el portugués no dejaba de molestar insistiendo en decirnos algo. Cuando por fin decidí escucharlo, más por educación que por interés, que no es cuestión de mentir, me dijo que no se trataba de un accidente, sino de dos accidentes diferentes. Todo esto dicho en portugués es un poco farragoso, así que os lo pongo en cristiano, que resulta más comprensible y acabamos antes: el portugués estaba parado en el semáforo cuando llegó el engominado y se dio contra él; seguidamente llegó el punki y se comió el coche del engominado, dándole a él un nuevo empellón.



El amontonamiento de chatarra resultante es el mismo, pero la diferencia es que con lo que nos había dicho el engominado, el seguro del punki pagaba TODOS los daños menos los propios del punki, mientras que con lo que nos contaba el portugués, el engominado se tenía que pagar los daños de su frontal, que para eso tenía seguro a terceros y los propios no estaban cubiertos.

O sea, que el decente, fiable y educado señor del traje y la gomina nos había salido rana y nos la quería colar intentando que el punki-centurión le pagara también los daños de su despiste adjudicando al crestado la responsabilidad de todo el accidente.

Desde entonces procuro mantener una absoluta neutralidad mental en cualquier situación que me encuentro en el trabajo y no prejuzgo a nadie por su apariencia, porque ya hemos visto que las apariencias engañan. Aunque de esto ya no estoy muy seguro.








sábado, 20 de febrero de 2016

LAS MONEDAS DEL PANADERO



    Hace muchos años, en la última época de la heroína, en los alrededores de nuestra Plaza Mayor todavía quedaban algunas putas que ejercían el oficio para conseguir el dinero con el que pagar sus dosis. Además del negocio indicado, complementaban sus ingresos haciéndose al descuido con las carteras de los clientes, normalmente durante el trabajo, que es cuando el cliente estaba a otra cosa, o en otras ocasiones más afortunadas, si era posible, antes del mismo. Esto les reportaba los mismos beneficios pero con menor esfuerzo porque, como el cliente ya no iba a poder pagar la faena, ella se quedaba con el dinero y él con las ganas, que debían de ser muchas viendo la clase de género con el que trataban.


    Para esta labor (la del descuido, por supuesto) solían ayudarse de algún conocido que compartía sus heroínicas adicciones, y que colaboraba con el descuido o con alejarse con la cartera lo antes posible para que la muchacha no pudiera ser acusada de quedársela si el cliente notaba demasiado pronto la falta de peso y llamaba a la policía.


    Pero esta simbiosis se veía frecuentemente alterada cuando una de las dos partes, generalmente el “amigo”, pasaba del mutualismo al saprofitismo o incluso al parasitismo. Entonces la puta se enfadaba, empezaban los gritos y se preparaba la tangana en plena calle hasta que alguien nos llamaba para poner orden de modo momentáneo, que todos sabíamos que aquello se iba a repetir más pronto que tarde.


    Una de las putas habituales, la Susi, se había agenciado como colaborador al Manolo, un hijoputa que sigue dando guerra después de 20 años y que no acaba de reventar. Esta pareja de conveniencia acababa de tener una de esas discrepancias asociativas y había comenzado a sacudirse de lo lindo y a armar un escándalo considerable en plena calle a medianoche. Cuando llegamos al lugar de la trifulca y pudimos poner paz y silencio, Manolo y la Susi quisieron denunciarse por los sopapos recibidos y por unos dineros que faltaban. Manolo, demasiado bien conocido por nosotros, se pudo marchar a su casa después de un cacheo superficial en el que no recuerdo que encontráramos nada especial, pero la Susi no era tan conocida y hubo que llevarla a identificar correctamente.

    Además de la identificación, a la Susi había que cachearla y no había mujeres para hacerlo hasta que llegara el turno de mañana. Eso suponía un problema y una espera de unas seis horas pero, dada la condición de la Susi, mi compañero, tras explicarle la situación y para ahorrarnos tiempo, le preguntó que si tenía algún problema en mostrarnos sus intimidades para comprobar que no llevaba nada ilegal o merecedor de escondite y la Susi accedió levantándose la falda y mostrando sus carnes y su ropa interior a los asombrados espectadores en que nos habíamos convertido. Nos dimos cuenta de inmediato de que el abultamiento que se veía entre las piernas no era normal para una mujer (y era mujer, no vayáis a pensar otra cosa) así que le pedimos que sacara lo que había en el interior del paquete.

     Ni corta ni perezosa, la Susi metió la mano en sus bajos comerciales y sacó unas cuantas monedas. Repitió esta operación en varias ocasiones, hurgando con la mano cada vez más profundamente y sacando más y más monedas de tal manera que aquello, más que la hucha de la Susi, nos parecía la Ceca de Medina, y nos hizo comprender la etimología de “acoñar” moneda.



    Después había que hacer el recuento de las monedas pero, no sé por qué extraña razón, parecía que las monedas nos iban a quemar y preferimos pedirle a la Susi que las contara ella misma. Tras el recuento, y una vez anotada la cantidad, le permitimos que las volviera a guardar, aunque esta vez lo hizo en su bolso, aprovechando que es un lugar más cómodo y amplio y que Manolo andaba lejos para arrebatárselas.

    De este caso tan simple de mi trabajo me ha quedado un trauma que perdura en el tiempo en mi vida cotidiana: desde aquella noche, cada vez que voy a comprar el pan y me dan el cambio, lo primero que hago es preguntarme dónde coño habrán estado esas monedas; y lo segundo, en cuanto llego a casa, es lavarme las manos con abundante jabón.



    Ahora sólo espero que mi pobre panadero no lea nunca este blog, o empezará a cobrarnos sólo con tarjeta.


miércoles, 20 de enero de 2016

El alcohol y la madre que lo parió (2)


En una entrada anterior veíamos las cuestiones técnicas de la prueba de alcoholemia, pero lo que de verdad le importa a mis contertulios cuando sale el tema del alcohol es lo que vamos a ver hoy. Ahí va:
               
-       ¿Cuánto puedo beber?
Al cuánto puedo beber os contesto con un esquema que he encontrado en internet y que lo explica muy bien, teniendo en cuenta que son tasas en sangre y que la prueba se hace en aire, por lo que los valores numéricos serían justo la mitad:
  

O sea, más o menos dos consumiciones con su cantidad justa para los hombres y un poco menos para las mujeres. Esto es aproximado sin tomar alimentos. Con la comida la cosa cambia y se puede tomar algo más pero no hagáis experimentos, que por algo dicen que hay que hacerlos con gaseosa. El mayor peligro son los combinados o “copas”, que normalmente se ponen cargaditos porque a la gente le gusta más y cada uno lleva la cantidad que deberían llevar 2 ó 3 y, claro, luego pasa lo que pasa.

-       ¿Cómo puedo engañar al aparato?
Como siempre, a vueltas con la picaresca española. Pues lo de engañar al aparato va a ser que no. No hay manera. Olvidaos de los chicles de menta, de las carreras y flexiones alrededor del coche, de los granos de café, de los caramelos de limón o de otras bobadas que dicen los enteraos. Sólo valen para que nos riamos de vosotros, cosa que pasa con bastante frecuencia y nos alegra el control. Para que os hagáis a la idea, hemos visto a un fulano comer hierba como si de una cabra se tratara. Os podéis imaginar nuestras risas después del control. El aparato mide etanol, también llamado alcohol etílico (de ahí lo de etilómetro), que es el alcohol que llevan las bebidas, y si le soplas menta, café o limón (o hierba) le da igual. Sólo hay una sustancia que lo puede confundir y es un tipo de hidrocarburo (algo parecido a una gasolina, para que lo entendáis) que es cancerígeno y que encima lo cuenta como alcohol. O sea, que el aparato se confunde para dar de más. Vaya negocio.
El aparato es tan preciso que si detecta alcohol en la boca no deja hacer la prueba, así que no os sirve de excusa decir que acabáis de beber, y si detecta alcohol en el ambiente tampoco deja y obliga a ventilar la habitación para eliminar interferencias. Además, cada prueba consiste en soplar dos veces y si la diferencia de tasa entre los dos soplidos es superior a un cierto porcentaje la anula y hay que repetir la prueba. O sea, precisión al máximo.

En mi opinión, el problema del alcohol en los países occidentales es que es un hábito social. Se critican los controles (por suerte cada vez menos) porque cualquiera puede caer en uno de ellos cuando vuelve de un acto familiar o cena de trabajo y las excusas que alegan los que dan positivo son siempre las mismas: “es que vengo de una boda…; para un día que salgo a cenar…; es que es la cena del trabajo…”, “Esto es una exageración” y continúan con el típico “si no ha pasado nada” o “joder, si no he matado a nadie”. Cierto, ¿y si pasa? ¿y si mata a alguien?



Supongo que algunos recordaréis que, no hace mucho, un conductor atropelló de madrugada a tres adolescentes que volvían andando a casa por una carretera secundaria y dos de ellas murieron. El conductor se había dormido al volante y dio positivo en la prueba de alcoholemia. Lo más fino que dijeron de él es que era un hijo de su madre. Y claro, todos de acuerdo: al paredón con el conductor. Pues que sepáis que dio 0,26. Se pasó por 0,01, una cantidad que no entra en las tablas de denuncia porque está dentro de los márgenes de error del aparato (hasta 0,28). Pero al conductor había que fusilarlo al amanecer. Cuando en un control alguien da 0,5 (el doble que el anterior, por no poner una cantidad exagerada que ya sea delito) siempre dice que no es para tanto; pero si a su hija la mata alguien con esa misma tasa es un borrachuzo indecente que merece la pena de muerte, sumarísima y pública. Es decir, que para algunos, la diferencia entre ser un hideputa o no, es haber matado a alguien. Pues no es así. Aquí todo el que se pasa es un hideputa potencial, no lo olvidéis, y es lo que se sanciona. Y por eso se hacen los controles: para que se quede en potencial y no en definitivo.
Por cierto, para el que no lo sepa. Si tienes un accidente y das positivo, el seguro paga religiosamente a la víctima, pero luego te lo reclama y te saca las entrañas hasta dejarte en la ruina, porque los daños o lesiones producidos bajo la influencia del alcohol están excluidos de todas las pólizas. Hasta de las pólizas a todo riesgo. Léetela.
 Una opinión muy generalizada entre los que nos dedicamos a dar leña al que bebe y conduce y entre los que atienden a las víctimas es que la tasa de alcohol permitida debería ser 0,0; es decir, que no se debería permitir nada de alcohol durante la conducción por dos motivos:

-       El primero de ellos objetivo: todo alcohol ingerido afecta a nuestro cerebro por pequeño que lo tengamos. El alcohol lo encuentra, os lo aseguro. Si no lo notas es porque como sueles beber algo, tu cuerpo genera una cosa que se llama “tolerancia” que quiere decir que cada vez necesita más alcohol para notarlo. Los que no bebemos, cuando nos tomamos sólo media copa de cava en Nochevieja nos damos cuenta de que nos afecta. Y a ti también, aunque lo toleres y no te des cuenta.
Aquí os dejo una tabla con los efectos que tiene el alcohol dentro de las tasas legales, para que os hagáis una idea de cómo afecta aunque no lo notéis:


-       El segundo motivo, y relacionado con el primero, es subjetivo: como te sientes bien, no eres capaz de darte cuenta de que realmente no estás bien, y menos para conducir y luego llegamos los aguafiestas del uniforme con el etilómetro y te cuesta una sorpresa y un gran disgusto. Si se estableciera una tasa de 0,0 no habría problema. Ya sabrías que si bebes, por poco que sea, te iban a dar en los morros y no habría lugar a malos entendidos.

Y en cuanto a la costumbre social, recordad qué pasó con la ley antitabaco. Se iba a parar el mundo, la perdición de la hostelería, impensable echar una partida sin el puro en la boca. Pues el mundo sigue girando, alguno ha dejado de jugar la partida y otros han vuelto a entrar en los bares porque podían ir con los niños. Lo mismo con el alcohol. En el restaurante se cambia el vino del conductor por un Trinaranjus o por agua, que es más sana, y no pasa nada. Es cuestión de acostumbrarse.
Para acabar, que hoy me ha vuelto a salir largo, voy a dar otra opinión personal: El mayor error que ha cometido nuestra querida DGT en las campañas preventivas de la conducción bajo la influencia del alcohol fue la de Stevie Wonder, aquella del “Si bebess, no condusscass”, que el gracejo popular tradujo como “no conduzcas ciego”.


La campaña tenía que haber sido justo al revés que es precisamente la que patrocinó Johnnie Walker (paradojas de la vida) y que en España protagonizó Fernando Alonso en mayo de 2015: “Si conduces, no bebas” porque una vez que bebes y te pasas un poco, ya no sabes si conduces en condiciones o, simplemente, no sabes si conduces. Es cuestión de matiz, pero importante.


O sea, que si tienes las llaves del coche en el bolsillo es mejor que no bebas alcohol, y si piensas beber es mejor que las dejes en casa. Te lo agradeceremos y lo agradecerás.