Nos llamaron porque un joven se había caído desde una
ventana del primer piso. No es algo muy frecuente, pero a veces pasa. Al
llegar, nos encontramos con un negro (lamento ser políticamente incorrecto, pero
no se trata de racismo sino de ahorrar palabras, que decir “un hombre de raza
negra” en cada ocasión es muy largo y diciendo simplemente “negro” nos entendemos todos) sentado en el suelo con un tobillo del revés, con un par de
heridas en la nariz y en la sien que, claramente, no eran consecuencia de la
caída, sino que ya las traía puestas antes del vuelo, y con una joven con pinta
de putilla (siento dar mi apreciación, pero creo que, como ya veremos, no me
equivocaba mucho) que le estaba atendiendo cariñosamente. A nuestro profesional
saludo “¿Qué t’ ha pasao, majo?” nos
contestó que había saltado por la ventana. La cosa empezaba a torcerse, que no
es lo mismo caer que saltar. La samaritana sólo nos dijo que se lo había
encontrado en la calle y, tras darle al negro un beso cariñoso en la mano, se esfumó
aprovechando nuestro desconcierto ante un salto tan extraño.
“¿Y cómo te ha dado
por saltar por la ventana?”, fue la siguiente pregunta más o menos lógica
que le hicimos. “He discutido con mi
novia y me he puesto nervioso”. La explicación seguía retorciendo cada vez
más las cosas y empezábamos a pensar que la salida por la ventana tenía más
misterio del que parecía. “¿Y no tenías a
mano una puerta para salir?, porque la ventana está un poco alta y te podías
haber hecho daño”.
Como a eso ya no contestaba, y al ver que no se asomaba nadie a
la ventana nos dio por pensar que en el piso había ocurrido algo raro y
decidimos subir a ver si la novia estaba bien (de salud) y, tras localizar la
vivienda, llamamos a la puerta. Nos abrió una sesentona con cara de estar
haciendo croquetas y que no se asustó al ver a la policía llamando a su puerta,
que es lo que suele pasar cuando la policía llama inesperadamente a la casa de
la gente de bien. Le contamos que en la calle había un señor que decía que
había saltado desde su ventana y, sin inmutarse, nos dijo que de su casa no
había saltado nadie. Al insistirle en lo que decía el negro y hacerle notar que
la ventana-trampolín era justamente la que estábamos viendo desde la puerta, ya
empezó a recordar: “Ah, sí, ese señor ha
llamado a la puerta, me ha dado un empujón, se ha ido corriendo hacia la
ventana y ha saltado a la calle”.
En nuestra limitada inteligencia aquello sonaba raro: “A ver, señora, ¿me está usted diciendo que
un negro llama a su puerta, la empuja, sale corriendo y salta por la ventana y
usted no llama a la policía, y ni siquiera lo recuerda cuando le preguntan? A
mí, esto no me pasa todos los días ni todos los años y me acordaría bastante
bien”. Mientras la señora nos miraba como si mirara a sus croquetas,
imagino que pensando la siguiente explicación, una cuarentona con pinta de
putilla (otra vez mi apreciación personal) apareció en el pasillo. Cuando le
preguntamos si sabía algo del suceso nos dijo que ella tenía su habitación, que
estaba cerrada con llave y que no había oído ni visto nada.
La explicación tampoco nos convencía, pero desde ese momento
ya no cambió la declaración. En el piso no había nadie más que la chica que no
sabía, no oía y no veía, y no teníamos por dónde seguir investigando si el
negro no quería contar más.
El negro, tras nuestras intensas indagaciones y nuestras agudas
preguntas nos contó que estaba retozando con una chica de la casa alegre y que oyó
ruidos de alguien que entraba en la casa y, pensando que era su mujer la que
llegaba, decidió salir apresuradamente por la ventana para que no lo viera. La
explicación, además de no parecerse a la de la madame, tampoco era convincente
pero, como en el caso anterior, ya no quiso contarnos nada más.
Yo no sé qué pasó, que soy de escasa imaginación. Supongo
que fue a pasar un rato de diversión (¿tal vez con la samaritana?) y en el piso
hubo algo más que palabras con alguien que le puso al negro las cosas claras y
las heridas en la cara. El negro vio la huida fastidiada y prefirió salir por
la ventana. O lo sacaron, que eso no lo sabremos nunca. Ese alguien se marchó a
continuación del negro, pero saliendo por la puerta, y no se quiso quedar a dar
explicaciones, dejándonos con la intriga.
Si alguien tiene una idea mejor me la puede contar pero,
mientras el negro no hable, de poco nos va a servir.