Hace bastantes años, siendo yo mucho más joven e inexperto
en mi profesión, tuve que intervenir en un accidente que me hizo meditar sobre
las apariencias y cómo nos pueden engañar las ideas preconcebidas. Y con el
tiempo he llegado a extrañas, o tal vez no tan extrañas, conclusiones.
Nos avisaron de un accidente entre tres vehículos, lo que
técnicamente se llama alcance triple, y que vulgarmente se conoce como darse
por detrás (los pensamientos impuros para otra ocasión, por favor). El primer
coche, que se había parado en un semáforo, era conducido por un portugués al
que no hicimos mucho caso por la diferencia idiomática y porque, en cualquier
caso, no era el responsable del accidente. Los daños en su parte trasera (del
coche) eran considerables. En el coche del medio, convertido en acordeón,
viajaba un elegante caballero (sin caballo) con traje de marca y pelo repeinado
y engominado. En el último coche viajaba un punki con tal cresta que más
parecía casco de centurión romano que pelo de persona que, imagino, le causaba
una cierta dificultad para entrar y salir del coche, y al que atribuimos
inicialmente, de modo casi automático, la absoluta responsabilidad del
accidente por la posición final de los vehículos y la pinta del personaje.
Mientras estábamos haciendo nuestras comprobaciones de
documentos y trámites varios para reflejar en el informe, el portugués no
dejaba de molestar insistiendo en decirnos algo. Cuando por fin decidí
escucharlo, más por educación que por interés, que no es cuestión de mentir, me
dijo que no se trataba de un accidente, sino de dos accidentes diferentes. Todo
esto dicho en portugués es un poco farragoso, así que os lo pongo en cristiano,
que resulta más comprensible y acabamos antes: el portugués estaba parado en el
semáforo cuando llegó el engominado y se dio contra él; seguidamente llegó el
punki y se comió el coche del engominado, dándole a él un nuevo empellón.
El amontonamiento de chatarra resultante es el mismo, pero
la diferencia es que con lo que nos había dicho el engominado, el seguro del
punki pagaba TODOS los daños menos los propios del punki, mientras que con lo
que nos contaba el portugués, el engominado se tenía que pagar los daños de su
frontal, que para eso tenía seguro a terceros y los propios no estaban cubiertos.
O sea, que el decente, fiable y educado señor del traje y la
gomina nos había salido rana y nos la quería colar intentando que el
punki-centurión le pagara también los daños de su despiste adjudicando al
crestado la responsabilidad de todo el accidente.
Desde entonces procuro mantener una absoluta neutralidad
mental en cualquier situación que me encuentro en el trabajo y no prejuzgo a
nadie por su apariencia, porque ya hemos visto que las apariencias engañan. Aunque
de esto ya no estoy muy seguro.