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jueves, 14 de abril de 2016

LAS APARIENCIAS ¿ENGAÑAN?


Hace bastantes años, siendo yo mucho más joven e inexperto en mi profesión, tuve que intervenir en un accidente que me hizo meditar sobre las apariencias y cómo nos pueden engañar las ideas preconcebidas. Y con el tiempo he llegado a extrañas, o tal vez no tan extrañas, conclusiones.

Nos avisaron de un accidente entre tres vehículos, lo que técnicamente se llama alcance triple, y que vulgarmente se conoce como darse por detrás (los pensamientos impuros para otra ocasión, por favor). El primer coche, que se había parado en un semáforo, era conducido por un portugués al que no hicimos mucho caso por la diferencia idiomática y porque, en cualquier caso, no era el responsable del accidente. Los daños en su parte trasera (del coche) eran considerables. En el coche del medio, convertido en acordeón, viajaba un elegante caballero (sin caballo) con traje de marca y pelo repeinado y engominado. En el último coche viajaba un punki con tal cresta que más parecía casco de centurión romano que pelo de persona que, imagino, le causaba una cierta dificultad para entrar y salir del coche, y al que atribuimos inicialmente, de modo casi automático, la absoluta responsabilidad del accidente por la posición final de los vehículos y la pinta del personaje.


 De inmediato tomó la palabra el engominado y nos dijo eu un tono bastante despectivo que “ese punki”, que venía como un animal, les había golpeado cuando estaban parados en el semáforo y había causado el estropicio que veíamos, confirmando nuestra impresión inicial y llevándose todas las culpas. El punki que, todo hay que decirlo, tenía la documentación correcta y una educación tan grande como la cresta, confirmó con humildad que se había despistado y que cuando se había querido enterar de la existencia de unos coches parados delante de él ya no pudo ni frenar. Pues a pagar, majete.

Mientras estábamos haciendo nuestras comprobaciones de documentos y trámites varios para reflejar en el informe, el portugués no dejaba de molestar insistiendo en decirnos algo. Cuando por fin decidí escucharlo, más por educación que por interés, que no es cuestión de mentir, me dijo que no se trataba de un accidente, sino de dos accidentes diferentes. Todo esto dicho en portugués es un poco farragoso, así que os lo pongo en cristiano, que resulta más comprensible y acabamos antes: el portugués estaba parado en el semáforo cuando llegó el engominado y se dio contra él; seguidamente llegó el punki y se comió el coche del engominado, dándole a él un nuevo empellón.



El amontonamiento de chatarra resultante es el mismo, pero la diferencia es que con lo que nos había dicho el engominado, el seguro del punki pagaba TODOS los daños menos los propios del punki, mientras que con lo que nos contaba el portugués, el engominado se tenía que pagar los daños de su frontal, que para eso tenía seguro a terceros y los propios no estaban cubiertos.

O sea, que el decente, fiable y educado señor del traje y la gomina nos había salido rana y nos la quería colar intentando que el punki-centurión le pagara también los daños de su despiste adjudicando al crestado la responsabilidad de todo el accidente.

Desde entonces procuro mantener una absoluta neutralidad mental en cualquier situación que me encuentro en el trabajo y no prejuzgo a nadie por su apariencia, porque ya hemos visto que las apariencias engañan. Aunque de esto ya no estoy muy seguro.