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viernes, 24 de febrero de 2017

Un juicio de película.

El final de muchas de nuestras intervenciones es en el juzgado. En la mayoría de los casos este final está cantado porque, como somos simples patrulleros que no nos dedicamos a la investigación, a nuestro cliente lo pillamos in fraganti o la evidencia lo deja sin escapatoria. Pero a veces las cosas no son como parecen, en el juicio se les da la vuelta y el resultado es impredecible, como en el caso que os cuento a continuación.

Hace muchos años acudimos a un accidente de una moto contra una farola. Allí estaba el dueño de la moto, conocido por sus amigos como “El Indio”, que nos dijo que era el conductor y que, como podéis imaginar, tenía algo más que un pedete lúcido. En el suelo estaba el acompañante, menor de edad, conocido  por sus amigos como “Pelopincho”, que no nos dijo nada porque estaba bastante fastidiado a consecuencia del tortazo y de la descomunal borrachera que traía puesta. Además, se había meado encima y resultaba demasiado desagradable al olfato como para acercarse y hacer muchas preguntas.


A El Indio le hicimos la prueba de alcoholemia y dio, como era de suponer, bastante positivo y, tras responder a sus preguntas sobre las consecuencias judiciales del accidente y de la alcoholemia, comenzó a plantearnos la hipótesis de que fuera Pelopincho el conductor de la moto y no él, pero al final volvió a reconocerse como conductor porque Pelopincho no tenía permiso de conducir, era menor, y su estado era calamitoso además de aromático.

El día del juicio me sorprendió que, a pesar de nuestro impecable atestado clarificador, hubiera citados muchos testigos y algunos peritos, pero cada cual plantea su defensa como puede. En primer lugar, entró a declarar El Indio como acusado y luego Pelopincho como perjudicado al haber sufrido lesiones en el accidente y además, para sorpresa nuestra, actuaba como denunciante. Luego entró mi compañero a ratificarse en nuestro atestado y el siguiente en entrar iba a ser yo, pero mientras me llegaba el turno entabló conversación conmigo uno de los peritos, que debía aburrirse durante la espera y me contó cosas…


A continuación, me tocó el turno para entrar y ratificarme en nuestro genial atestado, pero cuando finalicé y me senté junto a mi compañero le dije “esto se va a poner divertido, porque le hicimos la alcoholemia a El Indio y conducía Pelopincho”. Me miró sorprendido pero se dispuso a ver el espectáculo que yo le había vaticinado.

Después de mí entraron varios jóvenes que declararon exactamente lo mismo: a la pregunta del juez “¿tiene Vd. relación con el acusado o con la víctima?” todos contestaron más o menos “soy amigo de El Indio y era amigo de Pelopincho, pero con éste ya no me hablo por la canallada que le está haciendo a El Indio, porque se quiere aprovechar y le quiere sacar la pasta”. Después, a las preguntas del fiscal y del abogado, todos declararon que el día del accidente estaban todos juntos y cuando los desafortunados motoristas se marcharon del bar era Pelopincho el que conducía a pesar de no tener permiso de conducir, y que el accidente se produjo a escasos trescientos metros de donde se habían despedido. Los gestos y tonos de desprecio hacia Pelopincho por parte de los ex amigos no son reproducibles en este escrito, lo que le quita cierta gracia a la situación.


Tras los testigos era el turno de los peritos, y el primero en entrar fue el que estuvo hablando conmigo. Era un perito especializado en accidentes de tráfico presentado por la defensa de El Indio, y en el juicio contó lo que me había contado (y enseñado, que todo hay que decirlo) a mí: en un accidente de moto a alta velocidad (superior a 60 km/h), el conductor se estrella contra el obstáculo y el acompañante sale catapultado por encima del conductor; en cambio, en los accidentes a baja velocidad, como era el caso, el acompañante sufre distensiones en el interior de los muslos al aplastarse contra el conductor, mientras que el conductor sufre lesiones en las muñecas al recibir el impacto del manillar y posteriormente en las caderas y crestas iliacas al caer de la moto de lado. Resulta que Pelopincho reclamaba lesiones en una muñeca y tenía un desplazamiento pélvico que afectaba a los esfínteres (por eso se meó tras el accidente), lesiones que concordaban con las propias del conductor. La verdad iba apareciendo y la mirada de la madre de Pelopincho se iba enfureciendo según miraba a su hijo.


En ese momento, le tocaba el último turno de declaración a la estrella del juicio, la médico (o médica) forense del juzgado que, por su neutralidad, podía desmontar o ratificar la declaración del perito. Pero no hizo falta. Comenzó a leer su informe sobre las lesiones con datos objetivos: “...el conductor, D. (Pelopincho), presenta lesiones en su muñeca derecha….”. Automáticamente el juez cortó su declaración: “Espere, espere Sra. Forense, que precisamente estamos en saber quién era el conductor, y en principio D. (Pelopincho) es el acompañante”. La forense miró rápidamente sus notas y dijo: “Cuando le pregunté a D. (Pelopincho) cómo se había hecho las lesiones, me dijo que conduciendo una moto y así lo he reflejado en mi informe. Además, las lesiones se corresponden con las habituales en un conductor de moto accidentado, así que no cabe duda”.


Pelopincho había metido la pata hasta el fondo el día que habló con la forense y, con la guardia baja, le había contado la verdad. Si las miradas matasen, la madre de Pelopincho habría conseguido evitar hasta las futuras reencarnaciones de su hijo, que no sabía dónde meterse. A El Indio se le veía aliviado y relajado al verse libre de una condena segura y de la descomunal indemnización que le pedía su ex amigo. Y eso que lo había tapado.

Al final, El Indio salió absuelto, pero se tuvo que pagar el abogado y pasó unos meses acongojado hasta celebrar el juicio; y Pelopincho salió sin amigos, casi sin madre, sin indemnización y con pañal durante una temporada. Nada más eché en falta un procesamiento por falso testimonio o por denuncia falsa a Pelopincho, pero eso es cosa del juez y del fiscal, que ellos tendrían sus razones para dejar las cosas como las dejaron y yo no me meto en su trabajo.

Nosotros hicimos nuestro atestado con lo que había, pretendiendo hacer lo justo, pero como dijo mi compañero al acabar el juicio: la justicia, con sus caminos insospechados, le acaba llegando a cada uno a su manera.






9 comentarios:

  1. Impresionante historia de tu laboro, (como suelen ser) me he quedado prendado con la mirada de la madre de Pelopincho evitando reeencarnaciones, ja,ja.
    Saludos.
    Igual contar esto te lo ha inspirado Iñaki o Blacky o Esperanza...

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    1. Pues que conste que, en algunas ocasiones, he puesto entradas en el blog aprovechando la actualidad, pero en este caso ha sido casualidad y la verdad es que viene muy al pelo. No se me había ocurrido.
      Gracias por la apreciación.

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  2. Respuestas
    1. Simplemente es la realidad,que tiene gran facilidad para superar a la ficción.
      Gracias.

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  3. Si indio ser engañado por pelopincho, sheriff llevar ante justicia para aclarar culpas. Brillante western J.

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    1. Si fuera un western, Pelopincho estaría lleno de plumas después de pasar por un barril de alquitrán. Los sheriffs de allí hacen justicia de otra manera.
      Gracias.

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  4. Como siempre, magnifico relato, que no mejoraría ni G. Márquez, que no he podido leer hasta ahora y con el se viene poner de manifiesto lo dicho por R. de Campoamor de que "nada es verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira", a lo que yo me atrevo a añadir, " sobre todo cuando el juez es miope y el forense tiene vista cansada "

    Hasta la próxima, J.J.

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    1. Me siento abrumado con tu comentario, que me anima a seguir contando cosas que pasan.
      Muchas gracias por leerlo y comentarlo.

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