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viernes, 30 de noviembre de 2018

Las flores del recuerdo


No todas nuestras aventuras son divertidas. Todo lo contrario. La mayoría de nuestras intervenciones, si no son rutinarias, suelen ser tristes o desagradables por las circunstancias que se dan o las consecuencias para los implicados. Por suerte, nuestra mente tiene un sistema de protección por el que olvidamos con más facilidad los momentos malos y recordamos los buenos para no caer en una depresión permanente. Aún así, en ocasiones hay elementos que impiden el olvido de esos momentos tristes y duros. A veces muy duros. Elementos como las flores que alguien, supongo que la madre, renueva desde hace años en el lugar en el que un chico de 16 años tuvo un accidente con su moto y se dejó la vida. Toda la vida.


Las flores del recuerdo.

Cuando llegamos al accidente el chico ya estaba muerto. No hace falta ser médico para darse cuenta de eso. A veces las técnicas de resucitación logran su objetivo y por eso se llaman así, porque antes la víctima estaba muerta.

Venía con un grupo de amigos, todos en sus ciclomotores, desde un pueblo cercano. Al llegar a un cruce se le atravesó un coche e impactó de lleno a máxima velocidad contra el lateral del turismo. Encontramos el casco lejos del cuerpo y abrochado. Suponemos que lo traía sobre la cabeza, a modo de gorro, para que le diera el aire y refrescarse porque hacía mucho calor. Pero, de haberlo llevado bien puesto, tampoco le habría salvado la vida porque las lesiones internas eran fatales, como imaginamos en aquel momento y nos confirmaron después.

El aviso nos pilló muy cerca y varias patrullas llegamos enseguida. Cuando llegamos, dos personas ya estaban haciendo maniobras de resucitación al chico y nos dijeron que eran médicos. Iban a trabajar en su coche, habían sido testigos directos del accidente y no dudaron ni un momento en hacer su trabajo. Llevaban equipos básicos de urgencias (cánula de Guedel, AMBU y otros instrumentos) y se pusieron a intentar el milagro de reanimarlo porque sabían que el chico estaba muerto.



Organizamos la regulación del tráfico para que ellos pudieran trabajar lo mejor posible y procuramos tapar la escena a los cotillas que frenan el coche para ver en directo un poco del espectáculo morboso, que siempre es mejor verlo en directo que ver uno de esos programas de miserias en la tele. Tengo que reconocer que nuestra parte del trabajo fue impecable, pero eso no salva vidas.

La ambulancia llegó rápido. El equipo sanitario está acostumbrado a actuar en estas situaciones y todos los miembros del equipo sabían su papel. Las órdenes del médico de la ambulancia pidiendo medicación, monitores, apertura de vías y otras cosas de su oficio eran constantes. La calzada se convirtió en una UVI improvisada. Los médicos que habían atendido al chico hasta ese momento se pusieron a disposición del médico de urgencias y entre los tres decidieron dejarse la piel en el intento de recuperarlo. El muchacho era demasiado joven para morir allí.

Los amigos estaban muy asustados y uno de ellos llamó al hermano del chico. El hermano llamó a la madre y al padre y los amigos nos dijeron que ambos venían de camino al lugar del accidente. Eso, que no tiene que pasar nunca, podía ser un problema.

La madre llegó muy pronto, cuando los sanitarios llevaban unos 15 minutos trabajando. Vio a su hijo y supo que estaba muerto. Quiso echarse encima de los médicos para abrazar a su hijo y me tocó emplearme a fondo para retirarla y sujetarla y convencerla de que lo mejor que podía hacer era dejar trabajar a los médicos sin interferir.

“Mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo…”


Los médicos siguieron a lo suyo, con más órdenes, más medicación, más esfuerzo. Unos compañeros tapaban la escena con sábanas o sujetaban goteros, otros seguían desviando el tráfico y otros traían agua de una fuente cercana para todos los que estábamos allí. Hacía calor, mucho calor. Media hora de masaje cardíaco y no había respuesta.


La madre seguía con su letanía y por lo menos ya no intentaba echarse encima de los médicos. Sabía que su hijo estaba muerto y los médicos eran su única esperanza; lo único que le quedaba.

“Mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo…”

45 minutos. Habían superado con creces el tiempo que establece el protocolo de reanimación. No había respuesta. Ninguna. No había nada más que hacer.

En un curso sobre atención a las víctimas, un psicólogo nos explicó que las malas noticias hay que darlas cara a cara y de modo muy directo. Decía que es la mejor forma de que la familia asuma los hechos y comience con buen pie su duelo. El médico de la ambulancia debió de hacer ese mismo curso, porque se levantó, se nos acercó y se dirigió a la madre con solo 4 palabras que, por lo lentas y claras, me parecieron 4 disparos a quemarropa: “Su hijo ha fallecido”. No le hacían falta más y no le sobraba ninguna. Ya lo había hecho más veces.

La madre entró de inmediato en la fase de negación: “Pero si está ahí. Haga algo. No está muerto. Mírelo: está ahí”. El médico le repitió con calma: “Su hijo ha fallecido. Hemos hecho todo lo que hemos podido pero no ha sido posible reanimarlo. Lo siento mucho. Ya no podemos hacer más”. Y se dio la vuelta para irse.

Los sanitarios comenzaron a recoger el material de modo mecánico y nos dejaron una sábana para tapar al chico hasta que llegara la funeraria.



No hubo gritos ni escenas espectaculares. El padre había llegado poco antes y no había dicho nada. Se llevó a la madre a un banco cercano, junto a los amigos, mientras nosotros seguíamos desviando el tráfico hasta que la funeraria se llevó al chico, las grúas a los vehículos y los servicios de limpieza dejaron la calle impoluta, como si en aquel cruce no hubiera ocurrido nada. Cuando acabaron, nosotros nos fuimos y la familia y los amigos se quedaron allí.

El cruce ya no existe como tal. Se ha convertido en una zona peatonal en medio de un parque por el que solemos patrullar. Y cada vez que paso por allí, siempre veo unas flores frescas que alguien renueva constantemente desde entonces, antes de que se marchiten, y me viene a la memoria el accidente. Y, a pesar de los años, en la cabeza todavía me resuenan unas palabras:

“Mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo…”

Y las flores no me dejan olvidar.


Lugar del accidente en la actualidad.




domingo, 7 de octubre de 2018

¿SE PUEDEN EVITAR LAS DENUNCIAS DE TRÁFICO?


Uno de los temas que frecuentan mis conversaciones es el de las denuncias de tráfico. En una infracción de tráfico son pocas las personas que reconocen su error, despiste o negligencia y son mayoría las que consideran que han sido injustamente tratadas y echan la culpa a la intolerancia del denunciante o al afán recaudatorio de la administración, principalmente. Yo siempre digo que las denuncias de tráfico se pueden evitar y mis contertulios se sorprenden y me preguntan cómo.

Pues sí. Para evitar una denuncia hay un sistema infalible que consiste en no cometer infracciones, pero eso ya lo sabe todo el mundo y aún así hay gente que se empecina en no seguirlo. Entonces hay que pasar al plan B, que no siempre funciona, y que básicamente consiste en no tocarle los c****** al guardia, plan que la mayor parte de los infractores también se empecinan en no seguir, quiero pensar que por desconocimiento y no por mala fe, porque entonces es que, además de infractores, son gilipollas. Así que vamos a poner un poco de luz a los ignorantes en este asunto.

Si habéis cometido una infracción y os han pillado, lo primero que hay que hacer es reconocer la infracción. Sí, la habéis pringado. Evitad las excusas absurdas (ha sido un minuto, acabo de salir del garaje y no me lo he puesto, era una llamada urgente, estaba en amarillo…) porque generalmente os llevan controlando un rato y saben la verdad (lleváis en doble fila 15 minutos, habéis recorrido 2 kilómetros, lleváis hablando 5 minutos, estaba rojo hacía varios segundos…) y las mentiras a cierta edad están muy mal vistas y no les gusta que les queráis tomar el pelo. Reconoced los hechos. Si la infracción ha sido por despiste, cualquier poli con el culo medio pelado se dará cuenta de que decís la verdad. Entonces empezáis a descolocarlos, porque están esperando el habitual cuerpo a cuerpo, y les estáis demostrando que sois de los pocos medianamente honestos, civilizados, humildes, etc. que quedan. Un punto a vuestro favor.

No hagáis comentarios improcedentes o, simplemente, idiotas que nada tienen que ver con la infracción y que van encaminados a tocar la moral del denunciante. No os conviene, os lo aseguro. Algunos de los más habituales son:

- Lo que tenéis que hacer es ...  ¡La de jefes de policía que se han perdido en este país!. Todo el mundo sabe de ser policía. Todavía estoy por ver que alguien le diga al neurocirujano cómo operar el cerebro (aunque con Internet, la Wikipedia y el Youtube seguro que alguien se atreverá en breve) o al técnico de la lavadora cómo cambiar el tambor. Pues mirad, hacen lo que tienen que hacer y en ese momento es poneros las pilas, pero por escrito. Lo de coger chorizos, investigar a Bárcenas, la Gürtel o Filesa, acabar con la droga y otra serie de cosas, no son competencia de los que están para el tráfico. ¿Vosotros habéis visto a uno de la policía judicial regulando el tráfico o a uno del GEO haciendo una alcoholemia? ¿Es que ellos van a vuestro trabajo a deciros como tenéis que hacerlo? Pues no vayáis vosotros, que de lo suyo saben un poco más.

- Teníais que estar en…  Pues no. Están en su zona, distrito o como se llame y allí habrá otros. Y si no los hay, es porque no procede o el jefe no lo considera así. Así que las reclamaciones, siempre por escrito, a la administración.

- Con los ricos no os atrevéis. Pues sí se atreven. Pero los ricos no dan guerra porque les sobra el dinero  para pagar las denuncias. Lo que a algunos les molesta (y mucho) es que un simple guardia les ponga al orden (¡a ellos, cómo es posible!) y suelen decir que conocen al jefe y al alcalde y cosas así. Cuando el denunciante les dice que les den recuerdos porque ellos también los conocen, se acaba la discusión. Los ricos que se ponen bobos acaban diciéndoles que con los gitanos/rumanos/moros no se atreven.

- Con los gitanos/rumanos/moros/etc. no os atrevéis. Pues va a ser otra vez que sí. Y cuando los gitanos/rumanos/moros/etc. discuten, suelen alegar motivos racistas para la denuncia hasta que los polis les dicen que su mujer es de Nigeria/Rumanía/Ecuador y llevan casados con ella 25 años. Se acabó el argumento racista. Entonces los gitanos/rumanos/moros/etc. suelen decir que con los ricos no se atreven (paradójico).

- Sólo quieres joderme. ¿Pero vosotros os creéis que cuando se levantan lo primero que piensan es en cómo joder a alguien? Pues mirad, son humanos y al levantarse piensan en que llegan justitos de dinero a fin de mes, en la hipoteca, en la enfermedad de la suegra, en las notas de los hijos o en que les duele la rodilla. ¿O es que vosotros os levantáis pensando cómo vais a infringir o cómo vais a joder hoy al guardia? Hay cosas más importantes en la vida.

- Se nota que hay que recaudar. Pues que sepáis que la recaudación de la administración se la trae completamente al fresco. Ellos cobran lo mismo a fin de mes (poco, pero cobran) y no van a comisión ni a producción ni cosas de esas que dicen algunos “enteraos”. Además, y siendo lógicos, en la relación:

Ganancias = Sueldo / Trabajo

si tenemos en cuenta que “sueldo” es una constante, el resultado “ganancias” es mayor cuanto menor sea “trabajo”. O sea, que cuanto menos denuncien, mejor para ellos y si os están denunciando es porque consideran que lo merecéis.

Si no hacéis comentarios idiotas los seguís descolocando y lleváis un poco más de terreno ganado. Ya tenéis dos puntos a favor.

Tratadlos con educación, como trataríais al neurocirujano o al que os arregla la lavadora y sin voces, que no son sordos. Son personas que hacen su trabajo como vosotros el vuestro (si lo tenéis) y no hace falta que seáis pelotas (aunque a veces ayuda). Encontrar a gente con educación es algo que les reconcilia con el género humano y para vosotros es un pasaporte al indulto. Y si conseguís ser afables ya es la bomba. Tres puntos.

Y en cualquier caso, no discutáis. Si consideran que la infracción merece ser denunciada por su gravedad, no os va a librar ni la Caridad (me refiero a la Virtud Teologal, no a mi amiga Cari, a quien saludo desde aquí) y si discutís con malos modos es posible que os llevéis otra. Ni os imagináis las cosas por las que se nos puede denunciar si se lo pedimos a voces. Además, la discusión os va a generar un superávit de mala leche durante todo el día y un déficit en la cuenta corriente durante todo el mes, mientras que ellos se olvidan de vosotros a los pocos segundos, que tienen cosas más importantes en que pensar. Os lo aseguro.

Ya sé que vais a decir que el que os denunció aquella vez era un borde, o un intransigente o se equivocó. Es cierto que de todo hay en la viña del Señor y que alguna vez se pueden equivocar, que son humanos. Pero analizad, primero, si cometisteis la infracción y, segundo, si incumplisteis alguno de los preceptos anteriores.

Ahora vosotros decidís cómo actuar, pero si os vais a llevar una denuncia, lleváosla sola y evitad acompañarla por un cabreo, que ni merece la pena ni es bueno para la salud.

Y mejor todavía. No la hagáis y no la temáis.

Hala, polémica servida.



jueves, 21 de junio de 2018

La estupidez humana es infinita.


Albert Einstein dijo hace muchos años que la estupidez humana es infinita. Nosotros lo comprobamos diariamente. A veces en varias ocasiones. Hoy también lo podréis comprobar vosotros.
El antónimo de nuestro protagonista

Una mañana se presentó un joven a denunciar unos daños sufridos en su vehículo. Por lo que contó a los compañeros, siempre en un tono de “coleguita”, un fulano le había golpeado por detrás al salir de una rotonda y después del accidente, en vez de detenerse a ver los daños, se había marchado. Dijo que intentó seguirlo durante un rato para pararlo hasta que llegó a un polígono industrial cercano y lo perdió de vista.
El comportamiento desenfadado, recostándose sobre la mesa, y la forma de expresarse desinhibida, de barra de bar y bastante maleducada y chulesca, además de determinados datos que no concordaban bien en la historia, hicieron que los compañeros, más toreados que una vaquilla de fiestas de pueblo pobre, sospecharan que la película que contaba no era del todo verdad y que podía haber un cierto componente herbáceo en la sangre del “colega” afectando a sus neuronas, en el caso de tener alguna. Los daños que reclamaba en la parte trasera del coche tampoco parecían causados en un alcance así que, mientras le iban tomando declaración, otro compañero hacía las gestiones oportunas para localizar al conductor del vehículo supuestamente culpable y que le contara qué había pasado. Con la matrícula facilitada por el jovencito, y gracias a nuestra maravillosa base de datos, fue posible encontrar el teléfono del dueño del coche fugado y hablar con él. 


El otro conductor contó que el joven denunciante le había adelantado en una rotonda y se le había cruzado “a lo bestia” (paradójica expresión cuya interpretación es poco clara pero perfectamente entendible) y que después había frenado bruscamente sin ningún motivo aparente haciendo clavar los frenos a todos los demás. Creía que los coches no habían llegado a tocarse pero, en cualquier caso, no era posible que hubiera daños. Como le dio la impresión de que el joven estaba colocado (nada que ver con tener trabajo) y que su comportamiento al volante y fuera del volante no era normal, prefirió poner tierra por medio y, al ver que el joven le perseguía, se había pasado todos los semáforos en rojo para escapar debido al miedo que le entró. Al salir de la ciudad, y como su coche era de bastante más potencia que la del perseguidor, consiguió dejarlo atrás y perderlo de vista. Este reconocimiento espontáneo de múltiples infracciones encadenadas daba a entender que, muy posiblemente, lo que contaba era cierto.

Como Siberia es muy pequeña, dio la casualidad de que la mujer de uno de los compañeros que atendían al joven también había visto y sufrido la conducción de nuestro protagonista. Al pasar por delante de nuestro edificio reconoció el coche del mozo, que estaba aparcado a la puerta, y llamó a su marido para contarle lo que le había sucedido.


Llegados a este punto, uno de los compañeros, que ya era incapaz de cerrar los muslos tras aguantar los modales del jovencito, le preguntó sonriente si tendría algún inconveniente en que le realizaran una prueba de alcoholemia, y éste, eufórico, le dijo que le podía hacer lo que le saliera de los mismísimos (literal). Como era de esperar, la prueba dio resultado negativo y eso animó al mozo, que se iba creciendo cada vez más a costa de mis compañeros, a los que creía estar tomando el pelo.

Lo que no se esperaba es que la semana anterior les habían traído la maquinita para hacer pruebas de drogas y los compañeros estaban deseando estrenarla. Al explicárselo se le empezó a cambiar la cara y a quitar la tontería. Resulta que había consumido algo el fin de semana y temía que eso pudiera dar positivo. Cuando le dijeron que siendo así no tenía de qué preocuparse, que la maquinita detectaba sólo lo de las últimas horas, ya le entraron los nervios y los sudores, y más todavía cuando el resultado del estreno fue positivo. O sea, tanta máquina y tanta tecnología para llegar a la misma conclusión a la que habían llegado los compañeros tras escucharle durante un par de minutos. Al menos, los 1.000 euritos de multa amortizan el material, el papeleo y el tiempo y la paciencia empleados. Además el coche se lo llevó la grúa al depósito y, como no podía ser menos, con los gastos por su cuenta, por supuesto. Y siempre con una amable sonrisa de los compañeros, que no debe faltar nunca en estos casos de atención al público.

Una de las maquinitas para detectar drogas

Pero como no hay pastel sin guinda, esa mañana se encontraba trabajando la unidad canina con los perros de detección de drogas, así que, tras el resultado positivo en la maquinita los compañeros les avisaron porque había un posible cliente para el perro.

El joven, ahora milagrosamente reconvertido en persona educada y temerosa de Dios y de nosotros, no osaba moverse ante la presencia del perro, que comenzó a olisquearlo hasta que se detuvo con su hocico justo ante esas partes que antes se le habían hinchado a los compañeros para indicar dónde llevaba escondido el chocolate. Sin leche, por cierto. Incautación, y otra denuncia. Así quedó puesta la guinda.

En resumen: un lucimiento absoluto. Subestimando a los guardias, que ya se sabe que no son muy listos, quiso que le ayudaran a arreglar un golpe del coche a costa de un pringado y se encontró con denuncias por conducir fumado y por tenencia de drogas, sin coche, sin arreglo del golpe, y sin chocolate.

La parte positiva es que se le pasó la tontería y aprendió modales de modo instantáneo, que algo tenía que llevarse de bueno por ese precio. Pero dudo de que el efecto sea permanente. El tiempo nos lo dirá.

Lo contaron a su manera los del periódico. Palabra de Dios.

* El marcaje lapa, desarrollado y patentado por mi compañero de promoción Javier Macho (que me ha pasado la foto), se está implantando en una gran parte de las unidades caninas de detección de drogas de las policías españolas y comienza a extenderse en el extranjero. El perro se queda inmóvil con la trufa (el hocico, para entendernos) pegado en el punto más cercano al objetivo, sin morderlo ni tocarlo. Más información en http://marcajelapa.com/index.html


miércoles, 14 de marzo de 2018

El chipirón y el machismo: conversaciones de vestuario.


¡ADVERTENCIA!

El contenido de esta publicación es políticamente incorrecto y puede herir gravemente la sensibilidad de algunas personas y personos. Los hechos hay que entenderlos en su contexto, es decir, vestuario masculino rebosando testosterona y con ganas de risas. A quien le moleste cualquier sesgo machista, que se abstenga de seguir leyendo o de criticar después, que ya he avisado que no es para todos los públicos o públicas.


Y ahora que he puesto la venda antes de la herida, vamos a ello:


Hasta hace un par de años, cuando alguna de mis compañeras entraba al trabajo con su ropa de calle, yo tenía la costumbre de dedicarles lo que yo creía una galantería en forma de comentario del tipo “qué bien te queda ese corte de pelo” o “qué guapa vienes hoy” y que era respondido con una sonrisa y, a veces, un “gracias” que yo interpretaba como de satisfacción. Ahora parece ser, o eso me dicen, que mis comentarios realmente eran grosería de andamio y que la sonrisa de la compañera era de desprecio mientras pensaba algo así como “vaya, el primer machista del día diciendo gilipolleces”. Ahora me he reformado y ya no les digo nada, que prefiero quedar de antipático superlativo a que ellas y quienes me puedan escuchar piensen que soy otras cosas más castigadas por el pensamiento políticamente correcto mayoritario. O sea, un machista.



Y hace unas semanas leí un artículo de Arturo Pérez Reverte titulado “La profesora de Osaka”, del que dejo el enlace correspondiente (https://www.zendalibros.com/la-profesora-osaka/) por si alguno más quiere leerlo y entender bien de lo que hablo antes de seguir leyendo esta publicación. Para los que no quieran leerlo, básicamente dice que, según esa profesora, los cuentos de Blancanieves y otras princesas durmientes son machistas y los besos suponen agresiones sexuales porque se dan sin el consentimiento de la hermosa, que está dormida. Y Don Arturo cuenta las reflexiones de un hombre que no se atreve a besar a su apetitosa mujer (perdón por el machismo, quiero decir a la persona con la que está casado) cuando está dormida porque después de haber leído el estudio de la profesora ya casi empieza a verse como un depravado monstruo sexual. Y así, poco a poco, empezamos a vernos muchos hombres.
  


Bueno, pues tras leer el artículo de marras, y presa de un gran desasosiego, se me ocurrió comentar en el vestuario con mis compañeros de pasillo mis inquietudes sobre la deriva de la sociedad, que en algunos casos parece que más que feminista (que me parece muy bien) es anti-masculina y, para mi sorpresa, me miraron y pusieron cara de resignación y comprensión. Fran, en el otro extremo del pasillo, tras un comentario solidario y un análisis personal de algunas situaciones que no vienen al caso, comentó en tono jocoso que “a este paso, al final nos lo vamos a tener que hacer entre nosotros”. Pepe, horrorizado ante el comentario de Fran, dijo que de eso nada, que a él lo de hacérselo con otro tío no le iba. Fran, para evitar confusiones le dijo que “¡joder, solo como alivio!, como en Torrente, sin mariconadas”. Como en el vestuario se escucha todo, desde el pasillo vecino se oyó vocear a otro compañero: “¡no digas eso de mariconadas, que es homofobia, y si te oye Guzmán te vas a cagar!”. El ambiente se iba animando con el cachondeo y Fran siguió con sus ocurrencias: “pues entonces tendremos que volver a las cabras, como hacía el pastor de mi pueblo”, idea que volvió a ser contestada por la misma voz del otro pasillo: “¡Eso es maltrato animal. Eres un salvaje!”. Fran, queriendo suavizar sus comentarios propuso entonces utilizar un melón, que todavía no está considerado como método de relax políticamente incorrecto.




En ese momento llegó Manolo hasta nuestro pasillo, con su casco bajo el brazo, que había oído parte de la conversación y que siempre tiene soluciones para estos casos. Nos miró seriamente y, sin inmutarse, nos dio el remedio: “Chipirón al microondas. En 1 minuto a 300W coge la temperatura perfecta. No se quitan las patas; se meten pa’ dentro que así da más sensación”. Y se marchó.

Soltamos una carcajada que puso fin a las ocurrencias y, una vez finalizado el rato de humor, seguimos cambiándonos en silencio. Pero, por mucha broma que pueda parecer, creo que todos tomamos nota mental de la receta de Manolo por lo que nos pueda deparar el futuro.







sábado, 27 de enero de 2018

EL LADRÓN DEL CEMENTERIO


Una tarde calurosa de primavera nos llamaron para acudir al cementerio. El aviso no estaba muy claro y no sabíamos si el que llamaba era el encargado municipal o el cura de la capilla y no sabíamos si nos llamaban por un robo o porque tenían problemas con una persona. Este tipo de llamadas confusas son frecuentes y dan una cierta emoción a nuestro trabajo: no sabemos si al llegar tendremos que sacar el talonario de denuncias o la pistola. Tanto da.

Al llegar al cementerio fuimos directamente a ver al encargado, que parecía lo más lógico, y que resultó ser el autor de la llamada aunque lo había hecho en nombre del cura, que no tenía teléfono en la iglesia y la tecnología del móvil todavía no había llegado a su alcance. Tampoco supo darnos muchas explicaciones, así que tuvimos que ir a pedirlas a la iglesia, que es donde se pide habitualmente.



El señor cura nos relató que un joven había estado en la capilla y que, tras marcharse con una cierta prisa, parecía que también se había marchado con un par de objetos litúrgicos (sin más aclaraciones, como si fuéramos expertos en la materia) porque no los encontraba en su sitio. Nos dio las características del joven y nos dijo que, en vez de irse por patas hacia la calle, se había ido hacia el interior del cementerio, cosa poco normal si había mangado algo de valor.

A partir de ese momento tocaba buscar al mozo entre tumbas, nichos y panteones, que hay unos pocos, y ver cómo reaccionaba ante nuestra presencia y cómo nos las arreglábamos para cachearle sin tener muy claro si se había llevado algo o no, que resulta un poco violento lo de registrar a alguien si luego resulta que no ha hecho nada y que suele mosquearse por ello. Pero para eso nos pagan, así que al lío.


No fue difícil localizar nuestro objetivo porque la descripción fue bastante precisa, especialmente en lo concerniente a una gorra roja, que nosotros pensábamos, haciendo tanto calor, que iba a ser una visera y resultó ser una gorra al estilo Ignatius Reilly y que ya nos hacía entrever que al personaje le podía faltar un minuto de microondas. Se encontraba de rodillas, junto a una pequeña mochila, limpiando una lápida con absoluta dedicación y, al ver que nos acercábamos, nos sonrió mientras se ponía en pie para entablar diálogo con nosotros: “Buenas tardes, agentes. Estoy limpiando el sepulcro de mi madre”. “Buenas tardes, señor. Es una noble dedicación para un hijo”, le contestó mi compañero mientras yo cogía su mochila “¿Le importa que veamos lo que tiene en el interior?” le pregunté, y ante la ausencia de respuesta procedí a abrirla sin que el mozo pusiera objeción alguna. En el interior me encontré, además de una botellita con algo de agua y un poco de comida, un acetre y un hisopo de latón muy oxidado que, obviamente, eran los objetos litúrgicos sustraídos, que no creo que nadie los lleve por gusto en la mochila, con lo que pesan.

Ignatius Reilly, genial protagonista de un libro imprescindible.
Lo primero que pensé al ver el botín es que ya teníamos al autor; lo segundo, viendo lo oxidados y corroídos que estaban el acetre y el hisopo, es que cómo no le daba vergüenza al cura tener semejantes piezas para su uso cotidiano; y lo tercero es que qué oportunidad más buena estaba perdiendo el cura para renovar el material de la capilla si llega a denunciar el robo y cobrarle al seguro. Mientras me encontraba en estas reflexiones, y sin haber llegado todavía a sacar los trastos de la mochila, el joven comenzó a excusarse: “Ya me imaginaba que venían por eso. No pensaba llevármelo; sólo quería bendecir la tumba de mi madre, que me hacía mucha ilusión, y luego lo iba a devolver”. Eso nos dejaba claras otras dos cosas: que no nos habíamos equivocado con lo del microondas y que, visto el infame estado de los objetos, no pretendía hacerse rico con su venta. Lo de devolverlos ya era otra cosa pero nuestra clarividencia no llega a tanto. “Y ¿por qué no le has pedido al cura que lo hiciera él? Ahora te has metido en un lío” le preguntó compasivamente mi compañero, más por el estado mental que apuntaba que por las consecuencias del hecho. “Pensé que no iba a querer venir y he aprovechado el descuido para cogerlo y llenar un poco la botella en la pila del agua bendita”. Vamos, que el mozo se había agenciado el pack completo de bendecidor.
Para los que todavía estaban en duda, esto es un acetre y un hisopo.
Pero en este caso son de plata.


Tomamos los datos de su identidad, le retiramos el botín y le dijimos que la denuncia dependía del cura y que sería bueno que le pidiera perdón por las molestias causadas porque, tratándose de un cura, tal vez le perdonaría y se evitaba más problemas. El joven se comprometió a ello una vez que acabara de limpiar la tumba de su madre y la de su padre, que estaba un poco más alejada. Y justo antes de irnos nos pidió un favor que no pudimos negarle: echó un poco de agua de la botellita en el acetre, introdujo el hisopo y bendijo la tumba.

Devolvimos los aperos al cura y le explicamos la situación dejando de su mano la posibilidad de formular la denuncia, aunque para ir suavizando la cosa ya le explicamos que era un hurto de muy poco valor viendo el penoso estado de los objetos (pullita va) y el no mejor estado mental del autor, que seguramente iba a dejar el hecho en nada más que en un ir y venir al juzgado, con las molestias, el tiempo y el trabajo que eso supone para todos. El cura entendió la situación y dijo que no iba a denunciar para evitar más problemas al joven, y más si tenía el coraje de ir a disculparse.


Acetre antiguo.
Hisopo antiguo

Algo más tarde volvimos por el cementerio. El cura ya no estaba y fue el encargado municipal el que nos confirmó que el joven se había presentado a pedir perdón. Bien está lo que bien acaba.

Desconozco los requisitos para bendecir: no sé si el agua bendita pierde sus propiedades o las mantiene cuando la usa cualquiera o si el uso de los objetos litúrgicos está restringido a los sacerdotes. Pero en este caso, independientemente de los requisitos y vistas las circunstancias del muchacho, espero que la bendición fuera efectiva.